Queridos hermanos y hermanas:
San José centra la atención durante el mes de marzo, más aún este Año dedicado especialmente a él por el Papa Francisco según explica en su Carta apostólica Patris corde (Con corazón de padre). En este marco nos disponemos a celebrar el Día del Padre y el Día del Seminario.
El Papa afirma que «el mundo necesita padres» y «rechaza a los amos». Los padres que necesita nuestro mundo son padres sin ningún afán de posesión sobre su descendencia, que se entregan en una acogida paterna, con valentía creativa permitiendo que los hijos se desarrollen y crezcan con libertad y responsabilidad. Por estos padres tenemos que congratularnos, felicitarles y dar gracias a Dios. San José inspira su ternura paterna, su amor, su acogida sin condiciones, su habilidad de convertir una dificultad en oportunidad, su trabajo humanizador… San José inspira al padre que acompaña siempre para que un hijo crezca, madure y viva dignamente como él mismo lo hace.
Igualmente, Francisco afirma que «la Iglesia de hoy necesita padres y cada sacerdote u obispo debería poder decir como el Apóstol: “Fui yo quien los engendré para Cristo al anunciarles el Evangelio” (1Co 4,15)». El padre no nace, sino que se hace y toda paternidad es una vocación. Quienes hemos sido llamados a ser ministros ordenados, padres y hermanos en la Iglesia, como señala el lema del Día del Seminario este año, tenemos en san José el modelo y el molde de paternidad de esta preciosa vocación.
La festividad de san José de este Año jubilar es una ocasión propicia para descubrir y agradecer de corazón las vocaciones de los sacerdotes y seminaristas, más allá de números, edades y otras valoraciones. Esta vocación en la Iglesia supone muchos dones que es justo y necesario reconocer con suma gratitud. El don de quien enseña a caminar en la fe de un Dios que actúa incluso a través de nuestra fragilidad; el don de quien obedece por amor, sin vacilar; el don del padre acogedor sin exclusiones; el don de una valentía creativa que abre paso a la salvación en medio de la maleza de las condenas terrenales; el don de proteger los tesoros más preciados de nuestra fe: Jesús, María, su madre, y cada persona necesitada y sufriente; el don de trabajar dignamente con alegría al servicio de todos, sin servirse de nadie.
Cada miembro de la Iglesia tiene mil motivos para agradecer las vocaciones de nuestros sacerdotes y seminaristas. En esta gratitud reconocemos que la Iglesia necesita hombres que alcancen la inmensa dicha de responder a la llamada de Dios para ser, como san José, “padres y hermanos”. Hombres con capacidad de amar «libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida», puesto que la «lógica del amor es siempre una lógica de libertad» que comprende la donación de sí mismo. Hombres que acepten libre y voluntariamente ser enviados a acompañar «fraternalmente y con corazón de padre» a cada persona que encuentran en la vida, conscientes de que su existencia está unida a la de los demás y de que cuidan a Jesús en cada hermano y hermana. Hombres decididos a salir al encuentro de Dios y de los hermanos, recibiendo la fuerza, la paz, la luz del Espíritu Santo para sí y para los demás. Hombres que opten preferentemente por los débiles tal y como Dios los ama.
Que rebose nuestro corazón de gratitud por san José, por los padres de familia y por nuestros sacerdotes y seminaristas. Nuevas vocaciones ensancharán nuestro corazón agradecido.
Con mi afecto y bendición.
✠ Luis Ángel de las Heras, cmf
Obispo de León