José Román Flecha Andrés (Diario de León, 12-III-2023)
El relativismo es un concepto de moda. Según Zygmunt Bauman, “la fluidez o la liquidez son metáforas adecuadas para aprehender la naturaleza de la fase actual -en muchos sentidos nueva– de la historia de la modernidad”. Parece que es el poeta y escritor mejicano Octavio Paz quien ha dicho que “la democracia es el régimen de las opiniones relativas”.
Los papas Pablo VI y Juan Pablo II se refirieron muchas veces al relativismo. Por su parte, el cardenal Joseph Ratzinger había ya denunciado “un cierto relativismo cultural, que se hace evidente en la teorización y defensa del pluralismo ético, que determina la decadencia y disolución de la razón y los principios de la ley moral natural”.
Según él, la reivindicación a ultranza del relativismo sería la razón última del rechazo del cristianismo. En diálogo con el cardenal Ratzinger, el honorable Marcello Pera, a la sazón presidente del Senado Italiano, escribía que si con el relativismo se sostiene que no existen fundamentos, entonces ni siquiera el relativismo puede ser presentado como el fundamento de la democracia. En la clave del relativismo, toda verdad equivale a cualquier otra y, en ese caso cabe preguntarse para qué sirve el diálogo.
El cardenal Ratzinger reafirmó su convicción sobre el relativismo el mismo día en que comenzaba el cónclave del que saldría elegido papa con el nombre de Benedicto XVI. Una vez elegido papa, afirmaba que, al no reconocer nada como definitivo, el relativismo considera como criterio último solo la propia voluntad y los propios deseos.
Durante su pontificado, se refirió en diversas ocasiones al relativismo que caracteriza a la cultura contemporánea. En el discurso dirigido a la IV Asamblea Eclesial Italiana afirmaba que al excluir a Dios de la cultura y de la vida pública, la fe en él resulta más difícil. El mundo parece una obra exclusivamente humana en la que Dios sería superfluo y extraño.
Al mismo tiempo, el protagonista pierde sus papeles, es decir, el hombre es considerado como un simple producto de la naturaleza, al que se puede tratar como a cualquier otro animal. “Así se produce un auténtico vuelco del punto de partida de esta cultura, que era una reivindicación de la centralidad del hombre y de su libertad”.
Esta situación no debería preocupar solamente a la Iglesia, porque “este tipo de cultura representa un corte radical y profundo no solo con el cristianismo, sino, más en general, con las tradiciones religiosas y morales de la humanidad”.
Comentando las tentaciones de Jesús, que retornan cada año a la liturgia cuaresmal, en su libro sobre Jesús de Nazaret, Benedicto XVI recuerda que con frecuencia relegamos a Dios al ámbito de lo subjetivo, tratando de decidir por nosotros mismos lo que Dios puede hacer o dejar de hacer. Ese es el gran desafío del relativismo.