2024 – Celebración de la Pasión del Señor

“Mirando tu Cruz nada hemos de temer”

✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León

La Celebración de la Pasión del Señor es un buen momento de gracia para revisar la relación personal de cada uno con Cristo Crucificado, con los hermanos que son igualmente objeto del infinito amor del Señor y de la comunidad eclesial con el Redentor.

Acabamos de escuchar la lectura de la pasión según san Juan en la que se cumple la Escritura de Isaías: «Lo vimos sin aspecto atrayente […] como un hombre de dolores […], ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado» (Is 53,2-3).

Abofeteado, flagelado, coronado de espinas, crucificado y muerto en la cruz (cf. Jn 18,22;19,1,2,18,30). Es un camino de ultraje, violencia y muerte del inocente que parece dar razón a sus enemigos. Como si realmente Dios no quisiera saber nada de Jesús, como si no fuera el Hijo del Altísimo, sino un blasfemo cuya obra habría fracasado con ese ignominioso final.

Pero Jesús cambia los augurios de decepción por los de gloria cuando dice: «Está cumplido» (Jn 19,30). Es decir, no hay fracaso, sino culminación de la vida en este mundo y cumplimiento de la misión tal y como el Padre se la ha confiado. Jesús actúa según la voluntad del Padre hasta el final y no está solo, sino que el Padre está con él (cf. Jn 16,32). Su costado abierto da testimonio de su muerte singular: una muerte en la que se muestra el amor ilimitado de Jesús (Jn 15,13) y del Padre (Jn 3,16) por los hombres.

Lo confirman los detalles previos en el relato de la Pasión, especialmente cuanto afecta a su madre y al discípulo amado. María y sus discípulos, comenzando por Juan, deberán relacionarse como lo hacían Jesús y su Madre. Una relación que tiene su lección magistral camino del Calvario, en la Cruz y al pie de la Cruz. Entre el Hijo y la Virgen Madre, miradas de ternura y sufrimiento; miradas de desgarro de corazón, mientras confian en Dios Padre, en su voluntad salvífica.

Contemplando el costado abierto del crucificado nos descubrimos pueblo redimido y unido, que no ha de temer nada, caminando hacia la vida plena de la Resurrección, porque sabemos que nos salvamos juntos.

Miremos, adoremos y agradezcamos el madero santo, el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. El crucificado nos revela el amor infinito del Padre y nos da vida abundante. En su rostro desfigurado descubrimos la belleza y la bondad de Dios, de quien recibimos la fuerza que necesitamos para “no temer”.

Digamos de corazón con palabras prestadas de poeta: «En esta tarde, Cristo del Calvario, // sólo pido no pedirte nada, // estar aquí, junto a tu imagen muerta, // ir aprendiendo que el dolor es sólo // la llave santa de tu santa puerta» (Himno de la Liturgia de las Horas).

Amén.