«Ríos de alegría, preludio de resurrección»
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Domingo de Ramos en la pasión del Señor. Seguimos el camino de pueblo de Dios unido que hoy, como aquel día en Jerusalén, aclama al Mesías esperado con ríos de alegría en el corazón para gritar con júbilo Hosanna al Hijo de David.
Voy a señalar tres enseñanzas que contiene, entre otras, la pasión según san Mateo. En primer lugar, nos ayuda a entender la relación de Jesús con Dios Padre. En segundo lugar, la que mantiene con los hombres. En tercer lugar, el evangelista nos muestra de qué modo la pasión de Jesús irradia esperanza y luz sobre nosotros.
La relación de Jesús con el Padre se ve, sobre todo, en la oración. En Getsemaní, el sufrimiento que tiene Jesús ante sí se lo comparte y reza por ello al Padre. Clavado en la cruz, con aquel sacrificio inhumano y ya a punto de morir, Jesús se dirige nuevamente al Padre con un fuerte grito.
Confiarle su alma triste en Getsemaní y su dolor lacerante en el calvario unen al Hijo amado con el Padre. Como hombre, Jesús querría evitar el sufrimiento, pero está dispuesto a aceptar la voluntad de quien le ha enviado.
En la cruz, su íntima unión al Padre le permite expresar que se siente abandonado. Aquel sufrimiento atroz está incrementado por el sentimiento de abandono de Dios. Lo expresamos los hombres en la desgracia cuando decimos: “¿Dónde está Dios?”. Cualquier situación que sufra un ser humano está comprendida en estos dolores y en este grito de Jesús al Padre que, por supuesto, tienen respuesta. Aunque experimentemos el vacío más grande —el abandono de Dios—, sabemos que la vida nueva vence incluso a la muerte.
La relación de Jesús con los hombres la descubrimos cuando es entregado en manos de sus enemigos y cuando dirige palabras de verdad a sus verdugos y a sus asustados seguidores, que huyen y le niegan. Es traicionado, flagelado, calumniado, ultrajado, crucificado. Se rebaja de su rango y comparte los peores destinos del ser humano.
En medio de la pasión de Jesús, Dios se revela con la mayor claridad y grandeza de amor del Padre por la humanidad: la entrega de su único Hijo a cambio de nuestra salvación. La pasión, cruz y muerte de Jesús irradia luz y esperanza. Al grito desgarrador del crucificado y de la humanidad le responde un vivo clamor: el canto del aleluya de la tierra y de la vida nueva en la resurrección. Igual que la pasión del Hijo, las penalidades de la vida humana cobran sentido si conocemos y experimentamos el exceso de amor de Dios, su infinitud. Cualquier tragedia, sombra y hasta la misma muerte humana es superada en el acontecimiento único de la resurrección.
Encontremos los ríos de alegría, luz y esperanza en el domingo de Ramos, porque son preludio del aleluya pascual que cantaremos con el corazón alegre y lo celebraremos en la Vigilia Pascual y en la mañana de resurrección. Amén.