«Inmaculada, estrella de la esperanza»
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hermanos, hermanas, en este contexto del Adviento, vigilantes y expectantes, celebramos que Dios ya ha cumplido su promesa en la persona de la Virgen María, preservándola del mal para ser portadora del bien supremo, Jesucristo hijo de Dios, en quien el Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales, como hemos escuchado en la carta a los Efesios.
La antífona mariana propia de este tiempo litúrgico dice que la Virgen María, la Inmaculada, es madre del redentor, virgen fecunda, puerta del cielo siempre abierta, estrella del mar. Así es la mujer que vence a la serpiente tal y como predice el libro del Génesis.
El saludo del ángel Gabriel a la Virgen María, es el anuncio de la venida del Redentor; es el diálogo de Dios con quien será para la Iglesia y la humanidad, estrella de la esperanza, como la describe Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi, ante lo que supone la vida como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso (cf. Ss 49).
En ese viaje necesitamos astros que indiquen la ruta. Hay personas que, con su vida recta, nos guían y son luces de esperanza. Por supuesto, Jesucristo es la Luz por antonomasia y María Inmaculada es estrella de esperanza, puesto que abre la puerta de nuestro mundo a Dios, convirtiéndose en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, acampó entre nosotros (cf. Ss 49).
Pidamos hoy a Dios, por mediación de la Inmaculada, el don de vivir para los demás como luces de esperanza unidos a Jesucristo, caminando juntos y siendo fieles testigos suyos y de su Evangelio. Ella, que es modelo del comienzo de la Iglesia sin mancha ni arruga, guiará nuestros pasos sinodales para ser Iglesia renovada a la luz del Espíritu Santo.
Dirijámonos a santa María, Virgen Inmaculada, para que nos muestre cómo ser esas luces de esperanza que caminan unidas a su Hijo y a los hermanos. Ella que fue alma humilde y grande que esperaba el consuelo de Israel; que vivió en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras que hablaban de la esperanza; que tembló, como bien podemos imaginar y comprender, cuando el ángel de Dios le dijo que daría a luz a Aquel que era la esperanza de Israel y del mundo. Ella que tuvo que entender que por su «sí», la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia. Ella que se inclinó ante la grandeza de la misión y dijo «sí»: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38) (cf. Ss 50).
Santa María, Virgen Inmaculada, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos. Queremos ser luces de esperanza para quienes hallemos en el camino, de modo que les indiquemos bien cómo encontrarse con el Hijo de Dios nacido de tu seno inmaculado y virginal, Jesucristo, nuestro Señor (cf. Ss 50) en quien somos hermanos bendecidos. Amén.