Mons. José Manuel del Río Carrasco – (Diario de León, 23-IX-2023)
Nunca ha habido una lectura veterotestamentaria como la de este domingo que pueda preparar mejor los ánimos para escuchar la lectura evangélica. De suyo, el evangelio de hoy podría parecernos desconcertante si no recordásemos lo que Dios ha dicho por boca del Profeta Isaías: Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. La parábola de los trabajadores de la viña puede parecer escandalosa, ya que hace saltar todos nuestros esquemas mentales y métodos operativos.
Para sacar algún provecho espiritual de la misma, debemos reconocer sobre todo que la viña puede ser entendida en dos sentidos. Es viña, o campo de Dios, cada cristiano, que tiene el deber de cultivar en sí mismo las virtudes teologales y cardinales, de modo que produzca frutos de santidad. Es viña de Dios también la Iglesia, a la que pertenece cada cristiano como consecuencia del Bautismo, y en la cual se encuentra con el fin de hacerla cada vez más santa con la oración, el sacrificio y la actividad apostólica.
Todos somos operarios de la viña fuertemente comprometidos sea en el plano personal como en el eclesial. Pero si la viña es la Iglesia, el patrón es Dios. Existen entre nosotros personas que han recibido y aceptado la invitación para trabajar desde el alba de la vida, mientras que otros lo han hecho en horas diversas de su existencia, incluso en el ocaso de sus vidas. Todos los llamados reciben la misma dignidad de pertenencia a la Iglesia, que es el Reino de Dios en su fase histórica.
Los obreros de la primera hora se quejan por haber aguantado el peso del día y el bochorno. Evidentemente, estos sólo ven fatiga donde deberían descubrir “gracia”, un privilegio que es signo de un amor especial.
No nos lamentemos de haber podido amar y servir a Dios desde el alba de la vida, ni veamos en el empeño por la propia santificación o en las obras de apostolado una carga de la que se debe huir.