Mons. José Manuel del Río Carrasco – (16-XII-2023)
Puesta la mirada en la actualidad de nuestro mundo, a propósito de la próxima venida de Jesucristo y de su presencia en medio nuestro, recordábamos el pasado domingo la consigna fundamental de la Iglesia para nosotros, cristianos: “Evangelizar”; presentar a Jesucristo a toda clase de personas; ayudar a los que ya lo conocen, para que se compenetren con Él y participen en su obra de salvación.
Hoy, de nuevo, tenemos ante nuestros ojos a Juan, el santo Precursor del Señor. Le oímos hoy razonar su conducta, ante quienes le preguntaban por su actuación en nombre del Sanedrín: Entonces ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?
Juan respondió con sencillez y firmeza, con brevedad, con pocas palabras: “No… No lo soy”. Sí, su respuesta es un monumento a la verdad. Aprende tú a decir “no” a tiempo, con sencillez y firmeza, frente a quienes vienen a hablarte con segunda intención o simplemente desorientados. Es gran cosa. Desde luego, el testimonio no puede quedarse en un aspecto negativo. Quien sabe decir “no” es porque sabe decir “sí”; conoce la verdad y sabe presentarla.
Amor a la verdad. Conciencia de la propia misión en la vida. Fortaleza para mantener la actitud personal; son las exigencias y las cualidades presupuestas en todo aquél que ha de actuar como testigo. Mas, si nos referimos al testimonio cristiano, entonces ya no nos basta Juan; tendríamos que añadir dos virtudes típicamente evangélicas: la humildad y el amor hacia aquellos que precisan de nuestro testimonio.
Claro que sí, toda esta alegría, toda esta firmeza, todos estos testimonios presuponen la presencia del Espíritu de Dios en nosotros. Pues invoquemos al Señor, hermanos, ahora que nos preparamos a celebrar su nacimiento y digámosle con humilde fe: “Escúchanos, Señor, y danos tu Espíritu Santo. Para que nos ayude a ir a tu encuentro; para que nos haga testigos tuyos en el mundo, en que tú nos has dejado vivir”.