Cada día con su afán – LECCIONES DE LA CUARESMA

José Román Flecha Andrés  (Diario de León, 19-II-2023)

       En la audiencia del día 12 de febrero de 1964, Miércoles de Ceniza, Pablo VI impartía su primera catequesis papal sobre la Cuaresma. Con ese día, dijo él, “comienza el período de intensa preparación a la gran solemnidad de la Pascua, es decir, el período de la Cuaresma”.
Reconoció que tanto el gesto como las palabras de la imposición de la ceniza impresionan. Para muchos esta ceremonia refleja el aspecto penitencial de nuestra religión, como si fuera el único. Ese aspecto que aleja de la fe y de la Iglesia a los jóvenes que aspiran a la alegría, a la belleza, al gozo de la vida. Se piensa que el cristianismo es la religión de la cruz y de la mortificación, que contrasta con el espíritu moderno que aspira a la felicidad. Frente a esa idea, el Papa subrayaba tres ideas.

  1. En primer lugar, “este aspecto penitencial de la vida cristiana es profundamente sabio y digno de ser comprendido y aceptado”. Este rito tan realista “reconoce lo trágico y miserable que esconde el rostro de nuestra vida”. ¿Qué es el tiempo sino una carrera hacia la muerte? “La doctrina de la Iglesia no esconde ni atenúa la miseria de la pobre arcilla humana; la conoce, la enseña, la recuerda a nuestra ceguera y a nuestra vanidad: Recuerda, hombre, que eres polvo y en polvo te has de convertir”.
  2. Sin embargo, la doctrina cristiana no termina ahí, sino que nos enseña el sentido de la mortificación. “Un profano puede decir que, como si no bastasen las desgracias inevitables que afligen a la humanidad, el Evangelio añade los sufrimientos voluntarios de la ascética y de la penitencia. Pero la penitencia espiritual o corporal nos obliga a todos, según las tremendas palabras de Cristo: “Si no hacéis penitencia, todos pereceréis” (Lc13, 5).
  3. No es verdad que el cristianismo está hecho para dar consuelo a las almas débiles. No, el cristianismo es una escuela de energía moral y de autodominio. Nos enseña  el coraje y  el heroísmo, nos educa a la templanza y al propio control, a la generosidad, a la renuncia y al sacrificio. Y nos enseña que “el hombre verdadero y perfecto, el hombre puro y fuerte, el hombre capaz de actuar y de amar es alumno de la disciplina de Cristo, la disciplina de la Cruz”.

Además la Iglesia “añade un último capítulo a su lección sobre la miseria humana y sobre la mortificación cristiana, proclamando que esta es el remedio de aquella, y ambas reflejan la victoria del bien sobre el mal, de la felicidad sobre el dolor, de la santidad sobre el pecado, de la vida sobre la muerte”.
El papa Pablo VI concluía afirmando que el epílogo del  drama de la Redención se celebra en la Pascua. Este puede y debe ser nuestro epílogo feliz, en el tiempo y más allá del tiempo en la eternidad.