Queridos hermanos y hermanas:
El papa Francisco nos invita a meditar, interiorizar y vivir en esta Cuaresma un texto de la carta a los Gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a). Nos recuerda el Santo Padre que la Cuaresma es un camino que no recorremos solos. Es una senda de conversión personal y comunitaria que nos lleva hasta el acontecimiento transformador, renovador, esperanzador de la Pascua que nos conforta, ilumina y llena de vida y esperanza.
La Cuaresma de 2022 llega en un momento en el que la propuesta de sembrar el bien se alza como un hermoso y necesario propósito cuaresmal haciendo frente al mal, que siempre trae cansancio y amargura. Dispongámonos a abandonar el pecado. Nos sobran granos nocivos de avidez, soberbia, maledicencia, rigidez, juicios de valor, acepción de personas, violencia… Que sea firme nuestra determinación, porque es fuerte la tentación de diseminar malas semillas de muerte en lugar de esparcir las buenas simientes del bien y de la vida.
Tenemos por delante cuarenta días para no desfallecer en la siembra, para compartir riquezas en lugar de acumular ruinas. Cuarenta días para darnos más cuenta de que Dios derrama el bien a manos llenas sin cesar; para responder acogiendo mejor la Palabra; para aprender mayor docilidad; para avanzar en las actitudes sinodales; para hacer más fecunda nuestra vida cristiana y la de nuestros hermanos. Siendo sembradores del bien sin desalentarnos obtendremos una cosecha generosa (cf 2 Cor 9,6). El bien y la bondad producen frutos tempranos que dan luz y anuncian el Evangelio de Jesucristo. Frutos que señalan el camino de la santidad que recorremos juntos. Por supuesto, vendrán más frutos que recogerán otros y nos alegrará que así sea, porque nos libera obrar sin esperar recompensas. Nos recuerda además el papa Francisco que el fruto pleno de nuestra peregrinación terrena es la vida eterna. En la Semana Santa hacia la que nos encaminamos, con la mirada puesta en el misterio de la muerte y resurrección del Señor Jesús, vamos a celebrar que el grano de trigo que cae en tierra y muere da mucho fruto. La esperanza en el Resucitado nos guía hasta una vida nueva como la suya.
Con esta gran esperanza fijemos los ojos en Cristo crucificado, muerto y resucitado, miremos también a su Madre y oremos siempre sin desanimarnos (cf Lc 18,1). La Cuaresma será tiempo para crecer en hondura y abundancia como consecuencia de vivir y hacer el bien, ayudándonos a iluminar cualquier oscuridad. La fe no nos ahorra lágrimas, pero nos permite enjugarlas en el rostro del Nazareno, manifestación de la misericordia del Padre, Dios de todo consuelo, que derrama su amor, su luz y su bondad sobre nosotros por medio del Espíritu.
En esta hora, cuando el mundo crece lamentablemente en guerras, crispación y discordia, oremos serenamente por la paz, ayunemos de toda forma de violencia interior y exterior y seamos generosos en limosnas de reconciliación, perdón y caridad con los demás. No nos cansemos de orar, ayunar y dar limosna; de hacer el bien a los próximos, especialmente si están heridos en el camino de la vida. Busquemos y dediquemos tiempo a quien está necesitado, solo, indefenso, abandonado…
Que cada día de esta Cuaresma sea un paso más en la paciente constancia de hacer el bien sin desmayo, porque Dios «fortalece a quien está cansado y acrecienta el vigor del exhausto» (Is 40, 29).
Con mi afecto y bendición.
✠ Luis Ángel de las Heras, cmf
Obispo de León