Queridos hermanos y hermanas:
En una respuesta diligente a la llamada sinodal de la Iglesia comenzasteis a reuniros e inscribiros en los diversos grupos en esta fase diocesana. Tres sencillos términos de profundo calado teológico invitaban a la comunión, la participación y la misión. La palabra central de esta tríada repetida tantas veces en los últimos meses ha sido la más destacada en esta etapa: participación. Una clave que nos evoca el bautismo por el que somos todos corresponsables como hijos e hijas de Dios y de la Iglesia.
La amplia participación libre y responsable de muchos bautizados de nuestra Diócesis es fruto del impulso del Espíritu y de la escucha en fe confiada y esperanzada que nos cambia a cada uno, que nos renueva, que nos convierte “caminando juntos”. El papa Francisco nos ha dicho que «es imposible imaginar una conversión del accionar eclesial sin la participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios» (Carta al Pueblo de Dios, 20 de agosto de 2018, n. 2).
Sabemos que la participación impulsa, anima, alegra y fortalece la vida de la Iglesia. Desarrollando e incrementando la participación y la comunión fraterna, seremos capaces de continuar y mejorar nuestras acciones evangelizadoras y samaritanas con carácter misionero, así como de emprender algunas nuevas que exige la realidad actual.
Esta participación desde la que “caminamos juntos” nos exige dejarnos educar por el Espíritu Santo para adquirir una mentalidad sinodal y participativa en todos los ámbitos de la Iglesia con un horizonte prolongado en el tiempo. Ojalá logremos un “nosotros eclesial” fundamentado en la pasión misionera, evangelizadora y samaritana, así como en la superación de intereses particulares o en conflicto.
Hemos de estar dispuestos a conjugar en primera persona del plural los nueve verbos sinodales —pronunciados por el papa Francisco al inicio del sínodo de los jóvenes— que nos comentó de forma extraordinaria y alentadora Mons. Luis Marín, osa, subsecretario del Sínodo de los Obispos. No solo durante este proceso, sino siempre, paulatina e irreversiblemente. De tal modo que, en esta fase diocesana, más allá de la preocupación de redactar propuestas, vivamos una auténtica experiencia sinodal para que esta se desarrolle y crezca permanentemente en nuestra diócesis.
Por consiguiente, propongámonos germinar sueños de futuro; suscitemos profecías y visiones entre todos; hagamos florecer esperanzas con realismo y valentía; estimulemos la confianza de la unidad; vendemos las heridas que el Señor cura; entretejamos relaciones de comunión fraterna; resucitemos una aurora de esperanza que aleje sombras de tristeza; aprendamos unos de otros sin prejuicios; creemos un imaginario positivo para transformar lo que sea preciso, enardecer los corazones en el fuego del amor de Dios, volver a nuestro amor primero y robustecer las manos débiles y las rodillas vacilantes (cf Heb 12,12).
Hemos recibido una llamada a “caminar juntos” en un momento crucial para la vida de la Iglesia que, desde nuestra participación bautismal, no queremos ignorar. Procuremos incrementar el sentido y la fuerza de la sinodalidad a través de la presente experiencia eclesial y, como ya hemos dicho, no pensemos que la tarea terminará cuando concluyan la fase diocesana o el sínodo en sí. La sinodalidad ha de ser el modo habitual de vivir y obrar de nuestra Diócesis, como de toda la Iglesia. Tenemos meta y camino: Jesucristo, que es al mismo tiempo nuestra esperanza.
Con mi afecto y bendición.
✠ Luis Ángel de las Heras, cmf
Obispo de León