✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Queridos hermanos y hermanas, nos desconcierta la realidad de la muerte, la de nuestros seres queridos y la de todos los que han partido ya a la casa del Padre.
Esta experiencia de límite humano, solo la supera la fe en la Resurrección. Por eso constituyen un consuelo fiable las palabras de Jesús: «Que no tiemble vuestro corazón». Él nos ha preparado las estancias.
Recordemos, como dice el apóstol Pablo, que, siendo incorporados a Cristo en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya. Corremos el mismo destino del Señor, de tal modo que la muerte no es el final, pues vence la Vida.
El recuerdo de nuestros fieles difuntos nos puede traer tristeza, añoranza y desasosiego. Incluso podemos llegar a preguntar, como Tomás: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
A la luz de la resurrección de Jesús descubrimos la vida que hemos compartido con los nuestros no como nostalgia lacerante, sino como vida definitiva. Pues el amor, la dicha, el perdón, la entrega, los gozos y sufrimientos vividos con quienes ya han dejado este mundo, forma parte de una peregrinación que mira hacia la Casa del Padre, donde nos lleva Jesús, pues Él es el camino, la verdad y la vida y nadie va al Padre si no es a través de Él.
Esta es nuestra fe. Creer en Cristo significa saber que Él, camino y verdad, es la Vida de toda vida, la vida misma y, por consiguiente, nuestra vida, mi vida. La conmemoración de los fieles difuntos nos da la oportunidad de recordar y celebrar que aceptamos a Cristo como la Vida y la luz de la vida. Lo que implica que nuestra fe tenga su punto de partida no en una creencia, más o menos racional y firme, sino en el amor infinito de Dios. Sabemos que nuestra fe nos lleva a amar como Dios nos ama. Un amor que implica conocer y acoger a Cristo vivo como la Vida de mi vida y de todos mis hermanos; poner la vida en Él. Así tiene pleno sentido la muerte de Cristo y su resurrección en las que estamos incorporados.
En el misterio pascual en el que ahora vamos a entrar por la celebración eucarística, unámonos a nuestros hermanos y hermanas, a todos los fieles difuntos, acogiendo la luz del mundo venidero en el gozo y la paz del Espíritu Santo que experimentamos porque Cristo ha resucitado y la Vida reina ya; ha triunfado.