2021 – Las nupcias de la cruz. La Iglesia.

Las nupcias de la cruz. La Iglesia.

✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León

Querido Sr. Arzobispo, querido cabildo de la Catedral Metropolitana, queridos hermanos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas laicos y consagrados. Agradezco vuestra invitación a participar en este Jubileo de la Santa Cruz, la Perdonanza, en el marco del 1200 aniversario de la dedicación de la Catedral del Salvador.

Sin duda, hermanos y hermanas, queréis recibir el perdón en este jubileo. Así lo demuestra la nutrida asistencia a la Catedral estos días —hoy sin dejaros amedrentar por la lluvia— y el seguimiento de estas celebraciones jubilares a través de los medios.

¿Cómo no desear el perdón, su paz, su reposo? Un perdón que celebramos en este Jubileo como fruto del exceso y la largura de Amor que extiende la Santa Cruz hacia el corazón de cada hombre y de la Iglesia. En el Salvador crucificado se abre la inmensidad del Amor de Dios para nosotros. Allí Dios se desbordó en torrentes de amor.

Bien podemos decir que Dios buscaba un encuentro gozoso, consumado con el mundo, unas nupcias que se celebran en la Santa Cruz con la Iglesia y con la humanidad.

Desde ese momento salvífico en el Calvario, que es una unión de amor incomparable sellada con la sangre del cordero sin mancha, el caudal inagotable del amor divino llega hasta el misterio de la esposa inundándonos de gloria y libertad, de perdón y plenitud, de dicha y salvación.

Es decir, cuanto necesita la humanidad con la que Dios quiere desposarse para redimirla de las esclavitudes, las ignominias, las injusticias y exclusiones, los rechazos, los vacíos, las muertes y las tristezas existenciales.

En la Santa Cruz se dio la unión más fuerte y el mayor intercambio entre Dios y el hombre, entre Dios y la Iglesia. Las nupcias de la cruz son la revelación más profunda del amor divino. La Iglesia, a la que el Señor Jesús se ha unido como su esposa, representa, en consecuencia, el plan amoroso de Dios con la humanidad a la que quiere desposar henchido de amor con arras de liberación.

Unos esponsales que pueden celebrarse gracias al anonadamiento de quien siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo y tomó la condición de esclavo (cf. Flp 2,6-7). Aprendamos que el abajamiento es camino de salvación.

En verdad tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo en un exceso de amor y Jesús en la cruz se convierte en portador de la vida de Dios, para que el hombre tenga vida (cf. Jn 10,10). La unión con Cristo es requisito para conocerlo y conocer el amor de Cristo es condición indispensable para colmarnos de la plenitud de Dios (cf. Ef 3,19).

En las nupcias de la cruz descubrimos que Jesucristo hace posible la salvación por medio de un único sacrificio que reúne en su persona dos amores aparentemente diversos: como Hijo del Altísimo el amor de Dios a los hombres y como hombre verdadero el del ser humano a Dios. Así, por las nupcias de la cruz, acontece la salvación de la humanidad copiosamente. En esta dadivosidad se nos concede el conocimiento del Amor divino por el que fuimos creados, en el que somos salvados y para el que somos destinados a plenitud (cf. Rom 8,28-30). ¡Qué sabiduría más liberadora, sanadora, redentora!

El desposorio de Cristo con la Iglesia en el árbol de la cruz se prolonga en cada miembro del pueblo de Dios. Así, el corazón del discípulo misionero, unido a Cristo y a la Iglesia, se siente impelido a realizar las obras propias de tal amor. Como dice santa Teresa de Jesús «el amor cuando es crecido / no puede estar sin obrar».

Aunque nos parezca extraño y hasta imposible responder al amor de Dios con nuestro pobre y torpe amor, no caigamos en la tentación de difuminar esta inquietud y busquemos con seriedad cómo relacionarnos en reciprocidad amorosa con Dios y con el mundo en la vida cotidiana. Sentir el exceso del amor de Dios nos revela que hay un diálogo y una vinculación tales que nos hace reconocer la mano de Dios en lo bueno que nos sucede. Y la gratitud ante la bondad del Señor nos lleva a responderle con nuestra vida, nuestras capacidades y nuestros esfuerzos. Es decir, las propias obras que hemos de hacer por amor, con amor, en el amor.

¡Hermanos y hermanas! La Santa Cruz sella la salvación que necesita la humanidad con abundancia de amor divino y con una limitada pero sincera y valiosa respuesta de amor aprendido de Dios por nuestra parte. No dejemos de agradecer el amor de la Cruz de Cristo y la gracia del perdón. No dejemos de responder con el amor y la acogida del perdón a la Cruz del Señor, cuyo rostro vislumbramos en el santo sudario y en los hermanos.

Bendito sea aquel que viene

a salvar a su pueblo.

Hijo del Padre,

en quien reposa el Espíritu Santo.

Real esposo prometido

en las nupcias de la cruz,

Tú viniste a alegrar a los hijos de Dios.

¡Ternura para la tierra!

¡Ven, Señor Jesús!

Amén.