Liturgia Dominical – «YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA»

Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 26-III-2023)

La más profunda aspiración del hombre es vivir: en paz, feliz; vivir libre de miedos, de sufrimientos; vivir siempre. Próxima ya la Pascua, la celebración de este domingo cuaresmal se proyecta directamente hacia el gran Misterio Pascual. Cristo está al final de su camino, en las vísperas de la pasión y a las puertas de la batalla definitiva; está llegando el momento en que por su propia muerte va a aniquilar la Muerte. La resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45) orienta nuestra fe hacia la resurrección de Jesús. Todos los detalles recogidos por el evangelista hacen ver en el prodigio una “señal” de que Cristo, que camina hacia Jerusalén y va decidido a la muerte, «entrega su vida para volverla a recuperar» (Jn 10,17). Con este signo se revela como vida y fuente de vida para todo el que cree en él. Esa vida es la de la resurrección, la vida eterna, participación en la vida de Dios. Por eso la resurrección de Lázaro, que consiste en volver a la vida material, es sólo signo de la verdadera resurrección: signo de la resurrección de Jesús, por la que el Hijo será glorificado por el Padre, y signo de la resurrección espiritual de los hombres –su participación en la vida de Dios-, que es ya realidad presente para los que creen en Jesús. Esta fe es la que Jesús pide a Marta, que debe pasar de la fe judía en la resurrección futura, «en el último día», a la fe en Cristo, por la que se comunica ya ahora a los hombres la vida de la resurrección, la vida de Dios. Quien acepta a Jesús, acoge su palabra y cree en él, ha pasado de la muerte a la vida. Marta creía en una resurrección futura, pero Jesús la invita a reconocer que únicamente él hace posible la resurrección no sólo de la carne, sino sobre todo del espíritu. Esta resurrección, garantía de la otra, es obra del Espíritu Santo, prometido por Ezequiel (Ez 37,12-14), y que vivificó al propio Jesús en el sepulcro: ese mismo Espíritu vivificará también nuestros cuerpos mortales (cf. Rom 8,8-11). El Jesús, que un día lloró a su amigo Lázaro y lo sacó del sepulcro, hoy extiende su compasión a todos los hombres y por medio de los sacramentos los restaura a una vida nueva.