Mons. José Manuel del Río Carrasco – (Diario de León, 20/04/2024)
La primera lectura de este domingo nos remonta al primer anuncio de Pedro, que dio origen a la Iglesia: «Todo Israel esté cierto de que, al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías». Sí, aquél de quien se habían burlado como un profeta impostor; aquél a quien condenaron por dárselas de Mesías, acusándolo de embaucador; aquél a quien mandaron al patíbulo para desacreditarlo totalmente ante sus seguidores y quitárselo de en medio; ese mismo, había resucitado y se había manifestado como Señor; había sido así confirmado por Dios como Mesías y único Salvador. De modo que, si con su condena quisieron dispersar a los por Él congregados, es ahora cuando su causa resultaba ya imparable: el mismo Dios que lo envió para congregar a los que el pecado dispersó, lo ha constituido ya para siempre como Pastor definitivo de su verdadero pueblo. Un pueblo nuevo congregado ahora por el que, siendo Señor, puede impulsar con su propio Espíritu desde lo más profundo del corazón humano, hacia una nueva comunión de hermanos. Fue así como, urgiéndoles a escapar de aquella generación perversa, se les agregaron los que con ellos formarían la Iglesia naciente del Señor Resucitado.
Jesús mismo lo predijo, como hoy nos dice en su Evangelio: «os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.». Sí, aquellos pastores de los que el pueblo estaba ya cansado, solo querían retenerlo en el redil estrecho de los esquemas por ellos ideados, para seguir dominándolo. Por eso, Jesús ha sido constituido como puerta por donde salir y entrar, para poder vivir en la libertad de hijos, frente a toda otra esclavitud; por donde lograr una vida abundante, frente a cualquier cultura de muerte y vacío; por donde dar con los verdaderos pastos que promocionan al hombre, frente a toda otra seducción engañosa. Sí, Él es el Pastor a quien escuchar: porque, con su entrega a la muerte y una muerte de cruz, ha destrozado todos los esquemas estrechos de los cálculos humanos, abriéndolos a la locura del amor de Dios.