D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 27/04/2024)
Cristo, que se nos ha presentado como Buen Pastor en el domingo anterior, se nos manifiesta en este quinto domingo de Pascua como Vid verdadera. Si nuestra condición de ovejas de su rebaño nos exigía conocimiento y amor auténticos, ser sarmientos de la verdadera Vid pide de nosotros una unión más fuerte y profunda con Cristo. El tema de fondo es la unión vital de los creyentes en Cristo. Unión que supone y exige, por su propia naturaleza, permanecer en Él, Vid verdadera, para llegar a dar fruto. Vivir la realidad de resucitados –objeto fundamental de estos domingos de Pascua- puede resumirse en estas palabras del Señor: «Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada» (cf. Jn 15,1-8). Es decir, nuestra incorporación pascual a Cristo ha de permanecer en nosotros viva y constante, si queremos dar fruto abundante; semejante a la de los sarmientos con la vid.
La forma de dar frutos será el amor, pero no de palabra, «sino de verdad y con obras» y guardando los mandamientos del Señor, pues «quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él» (cf. 1Jn 3,18-24). En efecto, el amor a Dios y al prójimo es lo que testifica que Cristo ha resucitado en nosotros. Haber visto» al Señor exige obras, aunque implique muerte y dolor, como en el caso de Pablo quien, después de su conversión y primera experiencia evangelizadora entre los gentiles, va a Jerusalén buscando la comunión con los apóstoles (cf. Hch 9,26-31); aceptar la «poda» o la cruz es condición indispensable para permanecer en Cristo y luego dar fruto. Pero también será necesario observar la palabra de Dios. De hecho Cristo anunció que su madre y sus hermanos son los que escuchan y cumplen sus palabras. No se trata sólo de pensar que estamos unidos a Dios sino de testimoniarlo con nuestra conducta. Se nos pide una fe rubricada por el amor. Sólo así podremos ser discípulos de Cristo.