Liturgia Dominical – «VENDE LO QUE TIENES… Y SÍGUEME»

D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 12/10/2024)

Todos somos ricos. Y no me refiero a poseer riquezas materiales. Me refiero a que todos tenemos “posesiones”, apegos al cargo, a la consideración social, a las ideas propias, a las creencias, a la imagen idealizada de uno mismo, etc. Este aferramiento hace vivir en la soberbia del cuanto más tengo más soy, en la envidia de conseguir lo que otros tienen, en la ira de pensar que los demás me están robando, en la avaricia enfermiza de querer tener más y más cosas, más prestigio, más admiradores, etc. El miedo a no lograr lo que ambiciono, o a perder lo que ya tengo, me hace ser un insatisfecho crónico. Quiero ser feliz y no puedo. Y acudo a Jesús y le pregunto, cómo el rico del evangelio, «¿qué haré para heredar la vida eterna?» (cf. Mc 10,17-30). Jesús me enseña que para ser feliz no basta con cumplir unos mandamientos: «no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Para una vida cristiana plena no basta con “no hacer el mal”. Tendemos a instalarnos, a decir «todo eso lo he cumplido», a considerarnos perfectos. Sin embargo, el Señor nos exige constantemente y nos obliga a dar nuevos pasos, hasta que hagamos donación de todo, al menos afectivamente. Seguir a Jesús resulta imposible para las solas fuerzas humanas. Su palabra, viva y eficaz, es más tajante que espada de doble filo, que penetra, interroga e inquieta a quienes va dirigida (cf. Heb 4,12-13). El Reino de Dios –Dios mismo- sólo lo consiguen los «pobres», los que anteponen a Dios a todas las cosas, los que, por amor a Él, están dispuestos a abandonar todo, los que hacen de Dios el tesoro de su corazón. Comprender esto es haber logrado la sabiduría de arriba, que es superior a toda riqueza y que, cuando se posee, todos los bienes vienen con ella, ya que es más valiosa que el oro, la plata, la salud y la belleza (cf. Sab 7,7-11). Un cristiano debe abrazarla y tenerla por luz. Cristo es para él esa sabiduría. No obstante, comprobamos que es difícil alcanzarla y vivir de acuerdo a sus dictámenes. Pero el Señor nos precede y acompaña con su gracia y nos recuerda que para Él todo es posible.