Mons. José Manuel del Río Carrasco – (Diario de León, 10/08/2024)
Tras la prueba del desierto el pueblo ha llegado finalmente a pisar la tierra prometida. Josué convoca y reúne en asamblea a las tribus de Israel en Siquém. Quiere, al igual que un día hizo Moisés ante el Sinaí, renovar la Alianza y enfrentar al pueblo con su propia vocación.
Jesús emplaza también hoy a sus discípulos. Sus palabras han provocado el escándalo y pide una decisión de fe en él: Adivinando que sus discípulos lo criticaban, les dice: ¿Esto os hace vacilar, y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. El Señor quiere decir que, ante él, no se dejen guiar solo por sus esquemas, por su modo de pensar. Bajo toda apariencia, Él, es más, Alguien que no podían ni imaginar. Él es otra verdad y nos lleva a otro destino, mucho más grande, mucho más alto que todas las expectativas y cálculos humanos. Por eso nos insinúa a dónde va: Subir a donde estaba antes, el ámbito de la divinidad al que solo puede llegar el que tiene la luz del Espíritu. Sus palabras provocan la deserción. Pero Jesús no se echa atrás: él sabe a dónde va y puede seguir y de hecho seguirá su camino al Padre él solo, al final. Son sus discípulos los que sin él no pueden llegar. Por eso cuando se vuelve a sus íntimos y pregunta: ¿También vosotros me queréis dejar? Pedro salta diciendo: Señor, a quién vamos a acudir, Tú tienes palabras de vida eterna. Sin esa palabra, sin esa verdad, sin ese camino, sin ese destino es imposible andar.
Hoy el Señor, pues, nos convoca, nos emplaza, nos pregunta: ¿A quién sirves? ¿Por qué vives? ¿Dónde está tu corazón? No cabe duda, hermanos, servir al Señor es reinar. Y es entonces, solo entonces cuando podemos ser el sacramento de ese culto al Dios vivo que cada uno en su lugar, en su trabajo, en su hogar, en su parroquia, en su ciudad, ha de dar, como dice hoy el Apóstol, con respeto cristiano.