D. Florentino Alonso Alonso – (21/06/2025)
En la Misa del Jueves Santo se hace un recuerdo especial de la institución de la Eucaristía, cuando Cristo el Señor cenó con sus discípulos y les hizo entrega del sacramento de su Cuerpo y de su Sangre para que se celebrara en la Iglesia. En la solemnidad del Corpus se ofrece a la piedad de los fieles la celebración de tan santo Sacramento para conmemorar las maravillas de Dios en él significadas y llevadas a cabo por el misterio pascual, para que participando en el sacrificio eucarístico aprendan a vivir más intensamente de él, veneren la presencia de Cristo el Señor en el mismo Sacramento y den gracias por los beneficios recibidos de Dios. Característica de esta solemnidad es la procesión en la que el pueblo cristiano, llevando la Eucaristía solemnemente por las calles entre cánticos y oraciones, da público testimonio de su fe y de su devoción al Sacramento. Esta fiesta constituye un momento de gracia para todos los bautizados que han de comprender su dignidad de hijos y de comensales de Dios. La multiplicación de los panes (cf. Lc 9,11b-17) ha sido narrada por los cuatro evangelistas para que aparezca como un signo de la Eucaristía, con los mismos gestos: tomar el pan, levantar los ojos al cielo, pronunciar la bendición, partirlo, darlo a los discípulos y distribuirlo a la gente. La Eucaristía es banquete sagrado que Jesús resucitado da a su Iglesia peregrina a través de la historia hacia la patria definitiva (cf. 1Cor 11,23-26). Cientos de años antes, un personaje misterioso, sacerdote-rey, llamado Melquisedec, ofrecía pan y vino bendiciendo al patriarca Abrahán (cf. Gen 14,18-20). La Iglesia, desde los tiempos más remotos, vio en él la figura de Cristo ofreciendo en el pan y en el vino el sacrificio de su propia vida: el otro aspecto del misterio eucarístico para la salvación del hombre. La ofrenda de pan y vino hecha por Melquisedec es lejana, pero clara profecía del sacrificio y sacerdocio de Cristo (cf. Sal 109). Banquete y sacrificio, don de paz y de unidad, memorial de la pasión, la Eucaristía del Cuerpo y de la Sangre del Señor ha de llenarnos del gozo eterno de su divinidad.