D. Jesús Miguel Martín Ortega – (Diario de León, 01/02/2025)
La persona de Jesús de Nazaret no dejó a nadie indiferente. En torno a su persona y a lo largo de la historia, se han posicionado los más radicales defensores así como los más violentos detractores.
Las palabras proféticas de Simeón, que causaron tanta admiración en los padres de Jesús, podrían explicar la controversia: Refiriéndose a él, aquel anciano entrañable dijo: Será como un signo de contradicción. La explicación que ofrece el mismo anciano es sencilla: ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten. Efectivamente, aquel pequeño se convertirá en bandera discutida, fuente de conflictos y enfrentamientos. Pero no caigamos en la tentación de reducir al Señor a mero origen de guerras y discordias, colgándole en sambenito de conflictivo. No sólo no se ajusta a la realidad sino que tergiversa la misma identidad de Jesús que fue anunciado por los profetas como Príncipe de la Paz.
Sin embargo, Jesús mismo era consciente de anunciar, con gestos y palabras, un mensaje capaz de transformar la vida, personal y social. Por la fuerza transformadora de su mensaje, podía provocar violencia y persecución. No olvidemos que Él mismo fue perseguido y condenado a morir en la cruz: Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres (Lc 12, 52). Unos lo acogerán y su vida adquirirá una dignidad nueva; su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo rechazarán y su vida se echará a perder. El rechazo a Jesús será su ruina. Al tomar postura ante Jesús, quedará clara la actitud de muchos corazones.
Nos puede sorprender la carga trágica de nuestra vida, obligados a optar. No falta quien piensa, desde el buenismo, que Dios no puede abandonar a sus hijos en la deriva de perdición. De lo que no hay duda es que en el tema del amor, sustrato de la fe, nadie puede obligar a ser amado; Dios tampoco; al contrario, es inmensamente respetuoso con nuestra libertad, pues él nos ha hecho libres.