Liturgia Dominical – SEAMOS AUTÉNTICOS

D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 31/08/2024)

Después de varios domingos en los que hemos estado contemplando con asombro y saboreando con piedad el misterio del Pan de Vida, volvemos a la lectura del evangelio de san Marcos, guía principal de nuestra vivencia del misterio de Cristo a lo largo de los domingos ordinarios de este año. El mensaje del presente día del Señor se centra en una cuestión esencial para los creyentes: ¿Cómo hemos de vivir para hacerlo según la voluntad de Dios? Moisés transmitió al pueblo la ley divina, expresión de lo que el Señor espera de los hombres, y les dijo: Guardad los mandamientos; ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia (cf. Dt 4,1-2.6-8). Pero Israel no supo cumplir lo esencial perdiéndose en infinidad de normas y prácticas, hasta el punto que éstas entraron en conflicto con el mismo mandamiento divino. Jesús vuelve a recordar la regla de oro del cumplimiento de la Ley de Dios: hay que cumplirla desde dentro, pues Dios no juzga al hombre por su observancia externa sino por la orientación profunda de su vida, por lo que sale de dentro, del corazón (cf. Mc 7,1-8.14-15.21-23). En la misma línea Santiago exhorta: «Poned en práctica la Palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos» (cf. Sant 1,16b-18.21b-22.27).

La ley de Dios es justa, pero los hombres podemos caer en la tentación de convertirla en una mera apariencia, mientras que nuestro corazón no concuerda con lo que decimos creer o vivir. Jesús nos invita a examinar con sentido crítico las normas o criterios que determinan nuestro obrar. Pone como criterio fundamental el mandamiento de Dios. Éste debe orientar todo nuestro comportamiento. Un cumplimiento puramente exterior de la ley no basta, ni siquiera un comportamiento exterior correcto, pues es el corazón del hombre el que debe orientarse hacia la voluntad de Dios. Por esto, la primera preocupación ha de ser la de adquirir un corazón puro, que busca estar en sintonía con el querer de Dios, que siente la dulzura de estar en sus manos, y que le lleva a amar al prójimo con el mismo amor con que Dios le ama.