Mons. José Manuel del Río Carrasco – Diario de León (17/02/2024)
En contra de lo que se podría prever, las lecturas bíblicas que escuchamos en Cuaresma nos invitan más a la consideración de lo hecho por Dios para salvarnos, que a lo por hacer nosotros para mejorar. Y así, del Antiguo Testamento siempre se nos leen las intervenciones decisivas de Dios que marcaron la pauta de la historia de la salvación. De ahí que los Evangelios escuchados a continuación vayan siempre subrayando la suprema exaltación que para Él encierra la muerte a la que tan decidido se muestra. Cristo en su camino hacia la Pascua es, pues, nuestra Cuaresma: el sendero de la renovación bautismal que le da sentido y coherencia; la ocasión, que otro año más nos presenta, de unir con más firmeza «nuestra existencia a una muerte como la suya, para poder andar en una vida nueva» (Rm 6,4-5). Lo expresa hoy con claridad la misma oración de la Iglesia: «Al celebrar un año más la santa Cuaresma concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud».
En los domingos de Cuaresma del ciclo B, las lecturas del Antiguo Testamento tienen por tema las distintas Alianzas con las que Dios fue jalonando la historia de la salvación. Y así, en la primera Lectura, escuchamos hoy el pacto que tras el diluvio hizo Dios con Noé y sus hijos. Es lo que nos cuenta hoy de Jesús el Evangelio. Así como Dios, tras sacar a su pueblo de Egipto lo condujo al desierto «para ponerlo a prueba y conocer sus intenciones: si iba o no a guardar sus preceptos» (Dt 8,2), así también el Espíritu empuja hoy a Jesús al desierto para dejarse tentar y dar inicio a un nuevo éxodo: el que culminará con su tránsito de este mundo al Padre. En la segunda Lectura es Pedro quien, en su carta, al conectar el Bautismo con el diluvio, nos termina por dar en este sentido su explicación: así como aquellas aguas purificaron a la humanidad dando origen, por la alianza de Dios, a una nueva generación, así ahora por la inmersión en el agua bautismal se nos introduce en el ámbito, precisamente, del reinado de Dios.