Jesús Miguel Martín Ortega (Diario de León, 2-IV-2023)
En el domingo de Ramos se proclama el evangelio de la pasión del Señor, según san Mateo. Cada palabra del texto evangélico nos adentra en un acontecimiento de relevancia singular. Lo que se pone juego no es la suerte más o menos trágica de una persona sino la salvación de la humanidad entera.
Los distintos personajes que entran en escena parecen representarnos en diferentes actitudes respecto de Jesús: Judas, maquinando su muerte y vendiendo al Maestro por treinta monedas, los discípulos que preparan la celebración de la Pascua, la promesa incumplida de Pedro y su posterior arrepentimiento, la oración angustiosa en Getsemaní con los discípulos dormidos, el beso de Judas, Caifás rasgándose las vestiduras, las burlas y golpes recibidos por la guardia, el suicidio de Judas al no derivar los acontecimientos según esperaba, Pilatos interrogando en la supuesta búsqueda de la verdad y lavándose las manos, el asesino Barrabás preferido al que sólo hizo el bien, los soldados que le conducen al Gólgota, el Cirineo obligado a llevar la cruz del Señor, los que se burlan de él a distancia y los cercanos al pie de la cruz, y el centurión que confiesa: “Realmente éste era Hijo de Dios”.
Todo el relato gira entorno a una afirmación: “Esta es mi sangre derramada por todos”. Entre tantos intereses espurios, la entrega de la vida de Jesús por la salvación de todos resulta más llamativa. Si en otro tiempo, fue “la sangre de un cordero, de un año, sin defecto”, la que salvó a los hebreos del paso del ángel exterminador, ahora será la sangre del Hijo de Dios, derramada por todos, la que sellará la nueva y eterna alianza. Conviene acoger en el corazón este relato de la pasión del Señor que conmueve al corazón humano. Esa sangre derramada es la que genera una corriente de vida y salvación a la que todos podemos acceder. Que nadie quede al margen de esta corriente. Las procesiones de la Semana Santa nos lo gritan con sus bellas imágenes