Mons. José Manuel del Río Carrasco – (Diario de León, 13/07/2024)
La lección evangélica nos recuerda hoy la primera misión de los Doce. Jesús, después de haberlos elegido, llamado y designado oficialmente entre sus discípulos como apóstoles suyos, los envió de dos en dos, a predicar el Evangelio. Para lo cual les dio los poderes necesarios. Y así mismo sus consignas. Fueron aquellos los comienzos del ministerio apostólico; que, después de la predicación de los Doce, es continuado en la Iglesia hasta el fin de los siglos, por voluntad del mismo Jesucristo. El Evangelio debe ser anunciado a todos los hombres.
“Les dio poder sobre los espíritus inmundos”. Así escribe Marcos. Mateo, en este mismo pasaje, añade: “y para curar toda enfermedad, toda dolencia” (Mt 10,1). Y es que el Evangelio es el anuncio de la salvación de Dios por Jesucristo. Y esta salvación es la obra de Dios frente a los poderes del mal. Lo fundamental aquí es el poder de Dios frente al pecado y a sus consecuencias en la vida de los hombres. Tal es el poder que se comunica a quienes han de llevar adelante el ministerio apostólico, entonces, ahora y siempre.
Lo que importa, lo que no puede pasar jamás, es el espíritu de libertad y de pobreza, sin el que es imposible servir los intereses del Evangelio. La comodidad, la riqueza, el lujo, el tenerlo todo a punto siempre, son cosas incompatibles con el ministerio de los enviados de Jesús. Tal es la lección. La apertura para recibir de los demás requiere, a veces, más humildad que el dar. Tal es la ley para el pueblo creyente. Y, sin embargo, el ministro del Evangelio habrá de estar dispuesto a todo: a que se le acoja con afecto y a que se le rechace, o incluso se le persiga. “Y, si en un lugar no se os recibe, al marcharse, sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa”. Había que contar con el rechazo por parte de muchos, con la dureza del corazón de los hombres, con la incredulidad de tantos. Son los inconvenientes y las ventajas de cuantos han aceptado sinceramente el mismo destino del Maestro, y se entregan con generosidad a la tarea apostólica.