Jesús Miguel Martín Ortega – (09-XII-2023)
Todos apreciamos lo mucho que ha crecido, en los últimos años, el nivel cultural. La preparación de los jóvenes, el acceso a la información, la conexión entre las personas a través de las redes sociales, no tienen precedente. Sin embargo, ese desarrollo cultural no está siendo acompañado por un desarrollo personal cargado de convicciones que den sentido a la vida. Este desajuste provoca, no pocas veces, un menosprecio tanto del juicio ético como de la vida religiosa.
En nuestros días se suele considerar la religión como un conjunto de creencias que se deben aceptar, una serie de leyes que se deben observar y una serie de prácticas religiosas que se deben cumplir. Una religión así carece de atractivo, pesa como una losa insoportable que a muchos da alergia. Razón tiene Simone Weil cuando escribe: «donde falta el deseo de encontrarse con Dios allí no hay creyentes». En las primeras comunidades cristianas se vivieron las cosas de otra manera. La fe cristiana no era entendida como un «sistema religioso». Se le llamaba camino (hodos) y se proponía como la vía más acertada para vivir con sentido y esperanza. Es un «camino nuevo y vivo» que «ha sido inaugurado por Jesús para nosotros», un camino que se recorre «con los ojos fijos en él».
La vida de cada ser humano es semejante a un camino. Cada cual ha de hacer su propio recorrido. En todo caso, podemos avanzar por ese camino en la más absoluta soledad, sin aceptar ninguna referencia, o por el contrario, podemos caminar juntos, sintiendo la cercanía de los hermanos y la presencia de Dios; un Dios que se hace el encontradizo, que viene y se hace compañero de camino. Cuando así lo experimentamos, sentimos la necesidad de prepararnos y de preparar el camino del encuentro.
El Adviento es tiempo que nos resitúa en el horizonte de la esperanza. Si Dios viene a tu encuentro, no mires en otra dirección; apresúrate y prepara el camino del encuentro. En él te encontrarás contigo mismo.