Liturgia Dominical – PENTECOSTÉS, PLENITUD DE LA PASCUA

D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 18/05/2024)

Pentecostés, plenitud y broche de oro de la cincuentena pascual, es un pregón exultante de gozo y de fe que nos descubre la presencia viva y activa del Espíritu Santo en la vida actual de la Iglesia, no sólo en sus comienzos, y en nuestra vida. Toda la cincuentena pascual estamos celebrando la victoria pascual de Cristo glorificado a la derecha del Padre, presente en medio de los suyos por la fuerza del Espíritu Santo. El evangelio según san Juan nos lo ha recordado: «Recibid el Espíritu Santo», dijo el Señor a sus discípulos exhalando sobre ellos el aliento vivificante (cf. Jn 20,19-23). El mismo Espíritu que, al principio del mundo, aleteando sobre las aguas primordiales, puso orden en el caos e infundió el «aliento de vida» en el hombre; el que habló por los profetas; el que descendió al seno de la Virgen para fecundarlo y obrar la encarnación del Hijo de Dios. En la plenitud de la historia humana, Cristo, lleno del Espíritu Santo, poderoso en obras y palabras, pasó haciendo el bien y entregó por amor su vida en la Cruz; y por la fuerza del Espíritu, de esa vida entregada surgió la vida para siempre, resucitó a Cristo de entre los muertos para nunca más morir. El Espíritu llenó de vida y transformó la comunidad primera de la Iglesia, infundiendo a los apóstoles fuerza y valentía para salir del Cenáculo y ser testigos del Resucitado hasta los confines de mundo. Ese mismo Espíritu, según la promesa de Jesús, sigue presente en la Iglesia y en cada uno de nosotros, continuando su obra transformadora que nos infunde la vida nueva de Cristo Resucitado, moldeándonos en la verdad y el amor, que son los frutos de la Pascua. En la Iglesia de hoy, donde se manifiestan con toda la riqueza que describe el Apóstol los distintos carismas y ministerios, el Espíritu Santo sigue suscitando nuevas posibilidades y vocaciones en las comunidades para bien de todo el pueblo de Dios y estímulo de la misión en favor de la humanidad entera (cf. 1Cor 12,3b-7.12-13). Valoremos todo lo que es fruto de ese Espíritu: generosidad y fraternidad, esfuerzos por la paz y la justicia, atención a los necesitados,… «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida».