Liturgia Dominical – PENTECOSTÉS: MAYORÍA DE EDAD DE LA IGLESIA

Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 28-V-2023)

La Iglesia celebra la venida del Espíritu Santo, el momento de su mayoría de edad y su presentación al mundo. Los discípulos de Jesús, reunidos en oración, quedan llenos del Espíritu Santo y comienzan a hablar de las maravillas de Dios en diversidad de lenguas (Hch 2,1-11). El Espíritu produce en ellos un cambio radical y se inicia de forma arrolladora la expansión del Evangelio y la comunicación del nuevo “género de vida” que Cristo trajo a la tierra. Se cumplen la promesa del Señor (Jn 7,37-39; 20,19-23) y las de los profetas (Ez 37,1-14; Jl 3,1-5). Nace una nueva creación basada en Dios y una nueva humanidad según el Espíritu. Se renueva y se repuebla la faz de la tierra (cf. Sal 103). Al celebrar esta solemnidad que concluye la cincuentena pascual hemos de suplicar que se realicen en nosotros aquellos mismos efectos cumplidos en los primeros discípulos: «Derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y realiza ahora también, en el corazón de tus fieles, aquellas maravillas que te dignaste hacer en los comienzos de la predicación evangélica» (Oración colecta). Pedimos concretamente que el Señor nos comunique el mismo ardor del Espíritu Santo que inflamó a los apóstoles; que nos lleve al conocimiento pleno de toda verdad revelada; y que congregue en la confesión de una misma fe a los que el pecado ha dividido en diversidad de lenguas. De este modo se irá llevando a cabo la renovación del mundo. La Iglesia, como pidió el Concilio Vaticano II, necesita abrirse al mundo, pero antes que nada necesita abrirse al Espíritu. Tal vez hemos entendido el mensaje conciliar que subyace en la Gaudium et spes (sentir y vivir como propios los gozos y preocupaciones del mundo), pero se nos ha escapado el de la Lumen Gentium (ser Luz del Espíritu de Dios en el mismo mundo). ¿Qué hacer? Deberíamos corregir unos grados el rumbo poniendo a Dios en el centro de nuestra vida personal y eclesial, rezumando Reino de Dios en nuestra casa y en nuestro entorno social, siendo así luz desde nuestro ser cristianos por la santidad personal y el testimonio comunitario. Con esto estaría todo hecho; lo demás vendría por añadidura.