Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 30-IX-2023)
Una palabra que no venga avalada por las obras queda vacía y carente de significado real. Obras son amores y no buenas razones, reza el refrán. El evangelio de este domingo (Mt 21,28-32) nos recuerda que la conversión es paso ineludible para entrar en el Reino y el Reino es vida, es proyección de la vida de Dios en la humanidad, es actividad del hombre nuevo para transformar el mundo. La conversión es la primera consecuencia de la fe. Aceptar a Cristo (tener fe) lleva consigo el cambio de vida.
En la parábola, los dos hijos representan al verdadero y al falso Israel. Al verdadero, dispuesto a aceptar a Dios y que, aunque se resiste en un primer momento a la llamada, recapacita y se entrega a servicio de la nueva Alianza. En cambio, el falso Israel dice sí a Dios con las palabras, con el cumplimiento de unas normas, pero no acepta a Jesús, que es la expresión viviente del Padre.
Podemos vernos reflejados en alguno de los personajes de la parábola. Dios nos llama a trabajar, a superar la mediocridad presente en muchos aspectos de nuestra conducta; nos llama a progresar en los valores evangélicos; nos llama a seguir colaborando en la construcción del Reino en nuestra sociedad, implicándonos en la acción apostólica de la Iglesia… Pero no basta con decir «voy a la viña», hay que acudir al tajo, al terreno, al surco concreto donde sembrar; ahí se juega uno la cosecha. Para que crezca el grano no basta el manual de agricultura ni la asistencia al cursillo impartido por el perito agrícola; si el sudor del obrero no remueve la tierra, si no la siembra ni la limpia de malas hierbas, no hay producción. Después de la conversión hay que actuar según la fe, hay que organizar la vida según el Evangelio, porque la conducta, el comportamiento del creyente, es la expresión viva de su fe. No valen solamente las palabras y las buenas intenciones. Hace falta el obrar coherente, pues la persona se expresa en el obrar. Lo dice Jesús en otro lugar: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21).