D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 08/03/2025)
Vivimos en una sociedad en la que no es fácil profesar nuestra fe en Dios Padre que nos ha creado, en Dios Hijo que nos ha redimido, y en Dios Espíritu Santo que nos ha santificado y fecunda incesantemente a la Iglesia con nuevos hijos. Y no sólo nos resulta difícil creer, sino también vivir de acuerdo con nuestra fe.
El pasado miércoles comenzábamos la Cuaresma con un signo penitencial: la imposición de la ceniza, con ello se nos invitaba a realizar un recorrido de intensidad espiritual para prepararnos a celebrar con fe los misterios anuales de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La Cuaresma es un tiempo para realizar un camino de purificación interior, de penitencia y conversión. Los evangelios de los domingos del presente ciclo litúrgico insisten en este aspecto penitencial y en la gran misericordia de Dios para los que con sinceridad piden perdón.
Mantengamos la fe en el Señor que es capaz de hacer renacer en nosotros un hombre nuevo, preparado para enfrentarse tanto a las situaciones adversas a la fe, como a las tentaciones del mundo. El pueblo de Israel hace esa profesión de fe (cf. Dt 26,4-10) que repetirá muchas veces a lo largo de su historia, una fe que es signo de pertenencia a un pueblo, que a pesar de sus infidelidades, ha experimentado la acción salvadora de Dios. También nosotros somos animados a proclamar con nuestros labios la fe cristiana, sin miedos ni complejos (cf. Rom 10,8-13). Esta fe firme en el Señor, junto con el amor y la oración, son armas poderosas para vencer las tentaciones. Jesús nos da una gran lección de fe y de fidelidad al Padre (cf. Lc 4,1-13), así, al “rechazar las tentaciones de la antigua serpiente, nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado” (Prefacio de la Misa). Que este tiempo de gracia nos ayude a escuchar con mayor hondura su Palabra de Dios, a acercarnos con humildad a recibir la Eucaristía “que alimenta la fe, consolida la esperanza y fortalece en el amor” y a iniciar un camino de renovación interior que nos permita vencer tentaciones y proclamar a Cristo resucitado como Señor de la vida y de la historia.