Liturgia Dominical – «NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE»

Mons. José Manuel del Río Carrasco – (Diario de León, 03/08/2024)

Con mano fuerte y brazo extendido liberó Dios a su pueblo de la esclavitud del faraón. Y lo sacó al desierto, lugar de prueba y educación. No solo quería un pueblo en libertad, sino un pueblo de espíritu libre, capaz de ideales altos: no aferrado solo a lo inmediato, no instalado ramplonamente en la comodidad. Y es que la libertad no es solo un don, sino una conquista del hombre. A veces difícil, muchas, arriesgada. Requiere renuncias. Supone esfuerzo. Es la gran aventura de cada hombre, de cada pueblo.

El Señor tiene paciencia y, vista la incapacidad, los alimenta con un pan para anunciar otro pan, para otro pueblo que pueda entender y vivir la libertad: Esa que Él quiere para sus hijos; para la que nos hizo; por la que envió a su propio Hijo.

Jesús también se encuentra con esa resistencia: la de los que solo buscan solucionar sus problemas y vivir sin dificultad; satisfacer sus necesidades cotidianas y tener el pan, sin más aventura, sin más ideal; sin más riesgo, sin más libertad. Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Y, entonces, los invita a otro esfuerzo más eficaz, a otro camino más alto, a otro destino de plenitud: Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios. No quiere que vivan sólo para aquello que acaba con la muerte, enterrado. Quiere enrolarlos en su propia misión, aquella para la que ha sido sellado y enviado con la fuerza del Espíritu de Dios. Creer en Él es fiarse de Él, acogerle, amarle, adherirse, seguirle, imitarle. Por eso termina diciendo: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí nunca pasará sed. Es decir, estará lleno de una verdad definitiva y de un gozo auténtico e inagotable, tendrá resortes para ser libre, vivirá por lo único que nada ni nadie puede quitar, tendrá el futuro cierto y seguro: el futuro mismo de Cristo, el Señor.