Liturgia Dominical – «¿NO SABÍAIS QUE YO DEBÍA ESTAR EN LA CASA DE MI PADRE?»

Mons. José Manuel del Río Carrasco – (Diario de León, 28/12/2024)

En torno a los 12 años, los niños judíos son presentados en la sinagoga y hacen su profesión pública de fe. Desde entonces, han de practicar todos los preceptos de la ley. A esa edad, María y José llevan ya consigo al niño cuando acuden a la fiesta, en Jerusalén, como prescribían los mandatos del Señor. Una experiencia mucho más grande y mejor: la vivencia de una fiesta dedicada a Dios, celebrando su presencia y su salvación. Aquel niño se quedó en el templo, entusiasmado con las cosas de Dios. No salía de las explicaciones que allí daban los rabinos. Quería enterarse bien y preguntaba. Y sus preguntas eran profundas, porque estaban hechas desde una vivencia religiosa honda y auténtica en la que había sido educado desde que nació.

A la noche del primer día de camino, cuando todos los paisanos que regresan se reúnen para acampar, el niño no venía con los otros chavales. Nadie lo había visto. Sus padres, alarmados, regresaron en su busca. ¡Ni en casa de los amigos donde se habrían hospedado, ni en las calles o el mercado, por ningún lugar…! Al tercer día, ya desesperados, ¡lo encontraron en su sitio!: en una sinagoga del templo, donde los rabinos explicaban la Palabra de Dios. Es María la que se queja y le reprocha con dolor: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre yo te buscábamos angustiados. La respuesta de Jesús, recién salido de la niñez, cuando un chaval empieza a abrirse a la vida reclamando ya autonomía y respeto a sus decisiones, es contundente e ingenuamente atrevida: ¿Y por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? Ante José, Jesús manifiesta ya que su verdadero Padre es Dios y que esa relación con Él está muy por encima de las relaciones familiares. Reclama para sí el respeto a su vocación. Él está en su sitio y son ellos los que han de encontrar mejor el que han de ocupar ante Dios.