Mons. José Manuel del Río Carrasco – (Diario de León, 04-XI-2023)
Siempre ha habido personas cuya única finalidad en la vida es hacer de “policía” de los demás para pillarles en algún renuncio y así poder ir rápidamente a denunciarles. Es lo que hacían los fariseos y escribas con Jesús; siempre estaban detrás de Él, incluso le hacían preguntas comprometedoras. En el evangelio de este día, es el Señor quien nos los presenta directamente y los desenmascara delante de la multitud y de sus discípulos.
Aunque los escribas pertenecían al partido de los fariseos, se distinguían al constituir un grupo encargado de custodiar la Ley y su interpretación, función esta que fue introducida por Esdras, el escriba que restableció el culto en Jerusalén tras el exilio de Babilonia.
Hoy, dice el Señor a los escribas: “En la Cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen”.
Sí, entre nosotros se encuentran, también, muchos escribas camuflados de profetas que nada hacen en sus vidas por vivir el Evangelio y, no obstante, adoptan la actitud de maestros de la moralidad evangélica. También ellos se han sentado en la Cátedra de Moisés, pero no enseñan la ley del Decálogo. De ellos el Señor condenaría en bloque sus enseñanzas y sus obras y afirmaría sin tapujos: No hagáis lo que ellos dicen ni lo que hacen.
Además de condenar con dureza a los escribas, los fariseos de estricta observancia, Jesús no hace menos con los demás fariseos, ya que están fuera del camino recto. Sus culpas más graves son la hipocresía en la vida religiosa y la vanidad en las relaciones sociales. La hipocresía es hija de la malicia y merece, por tanto, una dura condena; mientras que la vanidad es hermana de la estupidez, por lo que Jesús la trata con un poco de ironía. Solo los grandes santos, con mucho empeño, han sido capaces de eliminarla de sus vidas. A nosotros nos toca clarificar nuestra existencia.