Liturgia Dominical – Madre de Dios y Reina de la paz

Rvdo. D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 1-I-2023)

Fiesta de la Maternidad divina de María. Los textos bíblicos destacan tres aspectos. Jesús fue circuncidado a los ocho días de su nacimiento, haciéndose por este rito miembro de Israel, el antiguo pueblo de Dios, punto de partida para la fundación de su Iglesia, el nuevo pueblo, y «le pusieron por nombre Jesús», que significa Salvador (Lc 2,16-21). El texto de Pablo (Gál 4,4-7) señala que ese Salvador nació «de una mujer» y «bajo la Ley». Su nacimiento de mujer judía aseguraba la pertenencia al pueblo judío y, por tanto, la participación en la bendición prometida por Dios a su pueblo. Hacia el siglo III, los cristianos de Egipto comenzaron a invocar a María como Madre de Dios; esta expresión, intuición devocional del pueblo cristiano, nace en una época de confusiones teológicas: los que reconocen a Jesús como Dios invocan a María como Madre de Dios. El Concilio de Éfeso del año 431 define el dogma de la maternidad divina de María como dato que contribuye a definir la identidad misma de Cristo: verdadero hombre y verdadero Dios. Jesús, naciendo de una mujer ha hecho posible que todos seamos hijos de Dios y nos podamos dirigir a Él, llamándole Padre; naciendo bajo la Ley judía, nos ha hecho a todos sus discípulos libres de la Ley, poniéndonos bajo la protección de la gracia de Dios que salva y que nos hace actuar por la fuerza del amor. Finalmente, el ambiente navideño y los textos de la liturgia han dado pie a la elección de esta fecha para pedir la paz. El tesoro insuperable de la paz es fruto de la bendición de Dios, cuya fórmula dio el Señor a Moisés: «El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Núm 6,22-27) y pedimos insistentemente con el salmo: «El Señor tenga piedad y nos bendiga,…» (Sal 66). El día uno de Enero la Iglesia se pone con María en oración pidiendo la paz; la pide a Dios Padre que nos envía al Príncipe de la paz, Jesucristo; y nos pide la paz a nosotros; no debemos guardar en nuestro interior la paz que Dios nos da, sino que hemos de ponerla al servicio de los hombres. Con María, somos llamados a ser constructores de paz. Cuando besamos los pies del Niño, Hijo de Dios, profesamos que María es la Madre de Dios, la Reina de la paz.