Liturgia Dominical – LA VIDA BROTA DE LA MUERTE

D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 16/03/2024)

La liturgia de este domingo nos acerca al misterio de la pasión y muerte de Cristo. Llega la hora de su glorificación a través de la muerte. Y Jesucristo tiene que exclamar: «Ahora mi alma está agitada». Ve próxima su «hora», la de la muerte y la resurrección, cuando «el príncipe de este mundo va a ser echado fuera» y cuando por su elevación sobre la tierra (cruz y resurrección) atraiga a todos hacia él (cf. Jn 12,20-33). La pasión y la muerte, como el grano de trigo enterrado, traen consigo florecimiento y fecundidad. Es lo mismo que pone de relieve la segunda lectura: «Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte… Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió para todos los que lo obedecen en autor de salvación eterna» (Heb 5,7-9). La redención universal viene por el dolor de Cristo, aunque es necesario por nuestra parte acogerla (obedecer). En el misterio pascual se cumple la alianza anunciada por Jeremías: Dios es verdaderamente nuestro Dios y nosotros su pueblo; él perdona nuestros crímenes y no recuerda nuestros pecados (cf. Jer 31,31-34). El Señor, como grano que se entierra para ser fecundo, muere por nosotros para comunicarnos su misma vida. Vivir rectamente la Cuaresma exige de nosotros ser miembros vivos de Cristo cuyo cuerpo y sangre recibimos, para amar con su mismo amor, aceptando nuestra «hora» de cruz que la voluntad del Padre haya determinado, muriendo como el grano de trigo en tierra. En definitiva, nos exige servir a Cristo y seguirle lo más fielmente posible. Ojalá no nos escandalice la Cruz y nos dejemos atraer por ella. La aparente inutilidad del amor, del servicio a los demás, de la escucha de la Palabra de Dios y de los gemidos de los hombres, puede parecer un atentado a nuestra felicidad, pero cuando nuestro egoísmo y comodidad son enterrados y mueren, el fruto sorprendente es una alegría y una paz que nadie nos arrebatará.