Liturgia Dominical – LA PASIÓN, CAMINO DE RESURRECCIÓN

D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 24/02/2024)

Si el primer domingo de Cuaresma es el domingo del desierto, porque recuerda la experiencia de tentación y de ayuno de Jesús en dicho lugar durante cuarenta días, este segundo domingo nos narra el episodio de la transfiguración. En él Jesús es investido por la gloria de la resurrección para preparar a sus discípulos a afrontar el drama de la pasión que se aproxima. La Transfiguración, delante de Moisés que representa a la Ley, y delante de Elías que representa a los Profetas, es la revelación por el Padre de que Jesús es el Hijo amado, mientras la gloria del Espíritu lo envuelve de luz (cf. Mc 9,2-10). En lo alto de un monte también, otro hijo único, Isaac, figura de Jesús, está a punto de ser sacrificado. Su padre, Abrahán, ha obedecido la petición divina. Pero el sacrificio no se consuma, ha sido suficiente la disponibilidad de Abrahán (cf. Gén 22,1-2.9a.10-13.15-18). Sin embargo el sacrificio de Jesús sí se llevará a cabo. No habrá esta vez un cordero que le sustituya, sino que él mismo será ese Cordero que rescate a toda la humanidad. San Pablo escribe unas palabras terribles: Dios «no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (cf. Rom 8,31b-34). El misterio de la Transfiguración hace más llevadera la contemplación del destino de Jesús: Él, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró que la pasión es el camino de la resurrección.

Lo vivido en el Tabor es un anticipo de lo que está por venir si cada cual da muerte en sí mismo a todo lo que no es Dios. Con su transfiguración, Jesús nos mostró la gloria que le estaba reservada a Él y a cuantos imiten su ejemplo. Cada día debemos mirar a Jesús; «¡escuchadlo!», dice el Padre. Contemplémosle glorioso en la oración personal y comunitaria y experimentémosle crucificado en nuestros propios dolores y en los del mundo. No tengamos miedo a entrar en la dinámica de Dios y no nos avergoncemos de ser seguidores de tal Maestro. Su rostro transfigurado nos anticipa el destino de gloria que nos espera si somos fieles.