Liturgia Dominical – LA CORRECCIÓN FRATERNA

Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 09-IX-2023)

Desde la atalaya de los medios de comunicación social se critica con frecuencia a la jerarquía de la Iglesia, sobre todo cuando ésta pronuncia una palabra iluminadora que contradice algunas de las ideas, costumbres o actuaciones de nuestra sociedad. Cuando alguien nos corrige, nos suele parecer mal, no nos gusta, sobre todo si nuestro egoísmo es grande. Pero todos hemos de estar dispuestos a escuchar una palabra de ayuda para orientar nuestra vida hacia Dios.

El evangelio de este domingo (Mt 18,15-20) está tomado del discurso de Jesús sobre la vida de la comunidad cristiana. Subraya la responsabilidad de cada bautizado hacia los propios hermanos, responsabilidad que se funda y se ejerce en el amor. Si falta éste, no hay verdadera corrección fraterna, sino intromisión en la vida de los otros. No se trata evidentemente de aprovechar cualquier nimiedad para echar en cara al hermano todo lo que hace mal, sino de querer lo mejor para el otro. No haríamos bien si nos callamos ante las conductas impropias de nuestros hermanos. Dios quiere que todos se salven y, de alguna manera, nos convertimos en instrumentos de salvación para otros, alertándoles del peligro (cf. Ez 33,7-9). No ayudar a quien está en peligro, en este caso un peligro moral, es una grave irresponsabilidad y un pecado de omisión por parte nuestra.

Dice san Pablo: «a nadie le debáis nada, más que el amor mutuo» (cf. Rom 13,8-10). En este sentido, la corrección fraterna es un instrumento del amor fraterno y un signo del amor a Dios y a los hombres. El Dios en quien creemos, que nos ha redimido y adoptado como hijos, nos mira siempre con amor, por eso nuestra mirada y corrección al hermano han de hacerse invariablemente con amor y buscando su bien. También nosotros hemos de estar abiertos a que nos puedan corregir; a volver, con la ayuda de los hermanos, a la comunión con Dios y con la comunidad; a acercarnos con humildad y confianza al Dios que es fuente de paz y del amor sincero en el sacramento de la penitencia, donde nos reconciliamos con Él, con los hermanos y con la comunidad (Iglesia).