D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 08/06/2024)
Los textos de este domingo nos recuerdan una vez más el proyecto amoroso de Dios y la actitud de incomprensión y rechazo que este proyecto encuentra en el corazón humano. El pecado del Génesis (1ª lectura: Gén 3,9-15) significa dar la espalda al orden creado por Dios: lo que era bondad y armonía se vuelve acusación y hostilidad. Ecos de aquel pecado encontramos en el evangelio (Mc 3,20-35): la enseñanza de Jesús y sus milagros provocan admiración y adhesión en muchos, pero también la incomprensión en sus familiares y las calumnias y el rechazo de los maestros de la ley judíos. Sin embargo hay motivos para la esperanza: Jesús convoca una nueva fraternidad, unida en el amor y el cumplimiento de la voluntad del Padre.
Jesús, por quien fueron hechas todas las cosas (cf. Col 1,16), va a recrear la vieja creación, para inaugurar la nueva creación. Sus milagros son el signo, la manifestación y la presencia de la victoria de Jesús, el hijo de Dios, el Mesías, sobre las fuerzas del mal, sobre el reinado de Belcebú, jefe de los demonios; son signo de que se ha inaugurado el reinado de Dios y los hombres liberados del mal participan de ese Reino. Jesús es superior a Satanás. Es depositario y administrador de las fuerzas divinas. Por Cristo, Satanás queda reducido a la impotencia y el Reino de Dios acontece entre los hombres. Quien se obstine en ver a Jesús como “endemoniado” está cambiando los hechos, cayendo en el único pecado imperdonable, el pecado de quien rechaza la verdad, rechazando toda oferta de perdón y salvación. Cerrarse al arrepentimiento, disfrazando el pecado de virtud, es cerrarse a toda posibilidad de perdón. Un aviso contra la pretensión de juzgar las cosas de Dios desde criterios puramente humanos o desde mezquinas preocupaciones. Todo discípulo de Jesús es profeta y misionero con libertad espiritual, sin condicionamientos de esquemas e intereses. Su entrega deber ser “total”. La misión puede conocer el rechazo no sólo de los que viven al margen de la fe sino de los que se confiesan religiosos.