D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 23/11/2024)
El Reino de Dios no es un reino sostenido por un ejército y una fuerza policial; tampoco consiste en un rey mesiánico vengador que vendría a mostrar su fuerza, avergonzando y confundiendo a los que no creen el anuncio de su venida. No tiene su fundamento ni en una idea ni en una determinada acción político-social, sino en una persona: Jesús, que viene a mostrar el rostro humano y cercano del Padre (cf. Jn 18,33b-37). En la palabra y las acciones de Jesús de Nazaret podemos comprender qué clase de reino es el que predica y pretende: nace pobre y humilde en Belén, vive anónimamente en Nazaret, se vuelca en el servicio a los excluidos de su tiempo, anuncia el amor y la misericordia de Dios Padre, y termina sus días siendo contado entre los últimos, condenado a muerte y crucificado.
La solemnidad de Jesucristo, Rey de Universo, lejos de ser una fiesta de triunfalismo político-social, es un canto al triunfo seguro del amor y el servicio generoso sobre el odio y el poder abusivo. La dignidad de Cristo en la cruz es la auténtica dignidad “real”, la del amor hasta el extremo. Con su muerte en cruz ha conseguido la bienaventuranza de los pobres. Porque sólo desde la dignidad de la cruz podemos entender el sermón del monte. Los pobres, los perseguidos por causa de la justicia, los que sufren, los que trabajan por la paz,… son dichosos porque participan de la vida de Dios crucificado; con Cristo crucificado los últimos del mundo pasan a ser los primeros (cf. Mt 20,16). Dios es la verdadera respuesta a nuestros interrogantes más profundos y con Cristo llega su Reino, Reino de la Verdad. En Cristo crucificado y rehabilitado en la resurrección podemos ver que Dios está dispuesto a todo, incluso a morir para poner en evidencia la Verdad más sobrecogedora y absoluta: Dios es amor sin límites. A este Señor que reina abramos los oídos y el corazón para escuchar su palabra: «El que es de la verdad escucha mi voz». Tiene mucho que decirnos. Nos enseñará el camino de nuestra verdad y nos sanará con su fuerza porque «su poder (amor) es eterno, no cesará. Su reino no acabará» (Dn 7,14).