Mons. José Manuel del Río Carrasco – (Diario de León, 14/09/2024)
A mitad de aquel camino que los discípulos habían hecho tras Jesús, se vuelve y les pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Pregunta por su persona y el nivel de aceptación. Haciendo de portavoces, los discípulos, le contestan: Unos, Juan el Bautista; otros Elías; y otros, uno de los profetas. Y es que difícilmente la gente atina con lo que somos en realidad. Por eso se engañan tantas veces los que se creen ser aquello que de ellos se piensa. Es un error pretender vivir conforme a la imagen que proyectamos: está distorsionada por nuestros propios mecanismos de autodefensa y de adaptación a lo plausible; está deformada también por esos prejuicios con que siempre nos miran los demás. Jesús, entonces, nos acerca a ese otro ámbito más familiar, el de los íntimos, allí donde solemos manifestarnos con más confianza y con menos tapujos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Como siempre, Pedro, el más lanzado y portavoz del grupo, le dice muy convencido: Tú eres el Mesías. Pero, en ese momento, el Señor les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Atendamos, hermanos, que aquí está la lección: no se trata de saber lo que piensan de ti los demás, ni siquiera tus íntimos, sino de lo que piensa Dios. ¿Quién soy yo como persona? ¿Qué he de ser en realidad? Solo lo sabe Aquél que te hizo como eres: Ese es el que de verdad te conoce hasta el fondo; y te acepta tal cual eres; y te quiere más de lo que puedas imaginar; y ha pensado de antemano, mucho antes de que existas, lo mejor para ti; y en sus manos está tu auténtico camino, ese único y exclusivo, por el que llegar a tu propia plenitud. Esa que ya amaneció en Cristo después de sufrir. Y, por eso, nos dice hoy a todos: el que quiera venir, el que quiera llegar, que se venga conmigo y se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda la vida por mí y por el Evangelio la salvará.