Mons. José Manuel del Río Carrasco (Diario de León, 9-IV-2023)
En este día, S. Atanasio anunciaba a los cristianos que acudían a la Eucaristía: «¡hemos entrado en el gran domingo!». Sí, hoy es el domingo primero de todos los domingos del año. Justo por ser la conmemoración anual de lo que celebramos cada domingo los cristianos: el día de la resurrección del Señor.
Celebramos, pues, el misterio central de nuestra fe. Tal y como desde aquel día nos lo transmitieron los testigos privilegiados del acontecimiento. Por eso precisamente, la Iglesia quiere escuchar hoy ese testimonio apostólico original en el que se funda todo lo que cree. Sí, Pedro y sus compañeros tuvieron que abrirse paulatinamente a esa experiencia del Señor resucitado: desde el desconcierto ante el hecho del sepulcro vacío, hasta que los encuentros con el mismo Resucitado se lo fueron clarificando. Es éste el recorrido que la Iglesia quiere también revivir, durante el tiempo pascual que hoy inaugura hasta Pentecostés.
Y es que el sudario plegado con cuidado, pero aparte ya, era todo un «signo» de que en el rostro del Resucitado se desvelaría por fin, sin otras apariencias, la gloria de Dios. Por eso, sólo pudo ver el «signo», sin lograr comprender aún su significado. Pero el otro discípulo, impulsado más por el amor, tenía el corazón mejor dispuesto para alcanzar lo que solo la fe puede hacer entender. Y, por eso, no solo vio, sino que también creyó. Toda una experiencia que nos da la clave de nuestra propia fe: aquellos primeros discípulos son los fundamentos de nuestra fe, porque son los testigos que lo pudieron ver; pero aceptar su testimonio se funda en ese amor que nos da la capacidad para alcanzar la dicha de creer sin ver. Sí, la fe en el Señor Jesús es fruto también de una opción radical: la de los que, no conformándose con sólo los bienes de la tierra, aspiran a los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, como nos dice hoy el Apóstol.