LITURGIA DOMINICAL – DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 16-IV-2023)

       Lo que da personalidad a este domingo es la reiterada aparición de Jesús al cumplirse los ocho días de la Pascua. El relato de la aparición a los diez apóstoles y luego a Tomás (Jn 20,19-31) muestra aquí su luz y su certeza, a la vez que expresa la fe de todas las generaciones cristianas, también la nuestra: «Señor mío y Dios mío». La institución del primer día de la semana como día del Señor (eso quiere decir domingo) tuvo lugar a causa de estos encuentros con el Resucitado. Por eso la misma existencia del domingo cristiano es una de las principales pruebas de la veracidad de la resurrección. El domingo es al mismo tiempo recuerdo semanal de la Pascua del Señor y anticipo del día de la eternidad, que se abrirá al final de la sucesión de las semanas. En la asamblea dominical seguimos encontrándonos con Cristo. Ahora somos nosotros quienes recibimos la felicitación del Señor: «Dichosos los que crean sin haber visto». Es la última bienaventuranza de Jesús recogida en el evangelio: la bienaventuranza de la fe, que se completa con la bienaventuranza del compromiso, también recogida en el evangelio de Juan: «Dichosos vosotros si practicáis estas cosas que sabéis» (Jn 13,17). Creer y obrar. Nuestro compromiso es la expresión de nuestra fe. El que cree de verdad es el que obra según su fe.
Para que superen ‘el encierro y el miedo’, el Resucitado se aparece a sus discípulos y les comunica su paz. Desde entonces sus seguidores debemos proclamar la paz allí donde hay odio y violencia. Luego, les muestra sus manos perforadas y su costado abierto, para que no olvidemos que fue crucificado por anunciar el Reino de Dios y por dar vida a las personas marginadas y excluidas. Después, sopla sobre ellos diciendo: «Recibid el Espíritu Santo». El Espíritu que nos da vida plena y nos libera de todo temor: En el mundo vais a sufrir, pero tened valor, yo he vencido al mundo. A continuación, el Profeta de la misericordia no quiere venganzas ni excomuniones sino perdón: acoger a pecadores y comer con ellos.