Mons. José Manuel del Río Carrasco – (Diario de León, 25-XI-23)
Este domingo marca el final del Año Litúrgico, invitándonos a celebrar la Solemnidad de Cristo Rey del Universo.
El profeta Ezequiel, nos describe a Jesús, Rey de los siglos y Salvador del mundo. La semejanza con el Jesús-Pastor y Salvador que hemos aprendido a conocer y amar este año con la lectura de s. Mateo, que saluda el comienzo de la actividad pastoral de Jesús con las palabras de Isaías: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande, los que habitaban en tierra y sombra de muerte una luz les brilló.
El pastor que nos describe Ezequiel es, además de rey, padre y médico: ama a las ovejas como un padre a sus hijos, busca las perdidas con el amor con que un padre busca al hijo descarriado, cura las heridas de las enfermas y vigila también a las sanas y fuertes. Cuántas semejanzas con algunas parábolas, sobre todo de Mateo, que hace de su evangelio un himno a Cristo Rey y Pastor amoroso.
El evangelio de hoy es de una severidad inesperada: el dulce Pastor se convierte en un Juez inflexible, que premia y condena con sentencia inapelable. Su juicio tiene dos fases: a la muerte de cada hombre y al final del mundo; el evangelio hoy solo nos habla del juicio final, el que pondrá “fin” a toda la historia. ¡Qué diferencia del Pastor que andaba por los campos y los bosques en busca de la oveja perdida! Ahora llega el momento de la gran separación entre las ovejas y las cabras.
El tema del juicio es solo uno: el amor que se debe traducir en obras de ayuda al prójimo. La sentencia de premio para los elegidos, se resume en pocas palabras: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Esta es la respuesta para los cristianos que pretenden separar el amor al prójimo del amor a Dios. Así, Jesús, devuelve a Dios Padre su Reino. Incluso el Hijo se someterá a Dios para que Dios lo sea todo para todos. A Él sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.