Liturgia Dominical – CRISTO RESUCITADO: FORTALEZA DE NUESTRA FE

D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 06/04/2024)

De la Resurrección de Jesucristo brotan nuestra fe y nuestro ser cristiano. En tres palabras entrelazadas se apoya la reflexión sobre el evangelio (Jn 20,19-31) de este segundo domingo de Pascua: fe, paz y fraternidad (comunidad). Creer no es fácil. Tomás, uno de los doce, no se fía del testimonio de los discípulos, pide pruebas y experiencia directa; y el Señor se lo concede, aunque no sin añadir que la fe no se funda en experiencias sensibles sino en la confianza: «Dichosos los que crean sin haber visto». La fe en la resurrección es don de Dios. También a nosotros, en cierta manera, el Señor se nos ha aparecido y le hemos aceptado en la fe. Con la fe nos otorga la paz. Por tres veces el evangelio pone en boca del Resucitado estas palabras: «¡Paz a vosotros!» Cristo desea a sus discípulos la paz que es Él mismo. Casi todos habían huido al llegar el momento de la cruz; habían pecado. Sin embargo, ese abandono vergonzoso ha quedado enterrado con la Pascua, todo olvidado bajo la gran paz que ahora se les ofrece. Sólo desde el ideal de la paz del Señor se puede construir comunidad. Es la realidad de Cristo resucitado que congrega y aglutina a los creyentes: «todos pensaban y sentían lo mismo»; conduce al amor mutuo, a la comunión, a compartir bienes espirituales y materiales, a obedecer a los apóstoles y actuar en perfecta organización (Hch 4,32-35; 1Jn 20,19-31). La fe mueve a compartir poniendo en marcha el mecanismo de la fraternidad real, que se plasma en una vida en comunidad (Iglesia). Este domingo nos pide que nos adentremos en los planes de Dios con fe; planes que incluyen la aceptación de su Iglesia. También nos pide ser constructores de paz; no en vano se llama domingo de la misericordia divina, del perdón para nosotros y desde nosotros, porque el Señor no sólo nos perdona sino que, además da a su Iglesia el poder de perdonar para que lo acojamos; la paz se construye desde el mismo perdón que el Señor tiene hacia todos y cada uno de los hombres; aceptado éste, pone cada uno el cimiento más seguro para construir la Iglesia de Jesucristo, y con ella una sociedad fraterna y reconciliada.