Jesús Miguel Martín Ortega – (Diario de León, 15/06/2024)
Los pensadores del siglo XX nos han ayudado a entender que nuestra cultura posmoderna ha supuesto una vuelta a lo sensible y fenoménico, al sentimiento por encima de la razón y a lo individual sobre lo social o comunitario. Estos criterios encajan perfectamente con la propensión de buscar lo sensacional, lo deslumbrante, lo ostentoso, lo espectacular. Vivimos, por ello, en una extroversión que valora lo externo, el cuidado del cuerpo (se llenan los gimnasios), y olvida aquellos valores de nuestro interior, el cuidado del espíritu (se vacían los templos). Abundan, por ello, las personas megalómanas, vanidosas, jactanciosas, hasta límites patológicos.
En este contexto, el evangelio de Jesús, proclamado este domingo, reclama ir contra corriente, es decir, apostar por lo pequeño, por lo que no cuenta, por lo que inapreciable, porque Dios elige lo pequeño para convertirlo en lo más determinante y decisivo. Jesús utiliza dos parábolas para explicarlo. La parábola de la semilla que crece es ejemplo del dinamismo de crecimiento propio del Reino de Dios: por sí mismo crece y se desarrolla, sin depender del trabajo del labrador ni de la calidad del terreno. La parábola de la mostaza, la más pequeña de las semillas, nos indica que el Reino anunciado por el Señor puede mostrarse, en sus inicios, como lo más pequeño e inapreciable, sin embargo, su final no será ese; lo que ahora percibimos tan frágil y pequeño, alcanzará toda su grandeza y esplendor.
Apostar por lo pequeño conlleva renunciar al poder de la fuerza; es abandonar vanidades y buscar lo genuino del evangelio de Jesús; es confiar en el Señor y en el dinamismo por él creado para que todo culmine en el reinado de su amor. No se trata de una mirada miope, sin trascendencia, que busca el hedonismo egoísta. Consiste, más bien, en aproximar nuestra perspectiva a la mirada de Dios, que escruta el corazón de cada ser humano con infinita misericordia. Dios mira con el corazón.