D. Jesús Miguel Martín Ortega – (Diario de León, 07/09/2024)
Uno de los problemas más serios que sufrimos en nuestra sociedad es la pérdida de nuestra capacidad de escuchar. El individualismo que respiramos nos ha vuelto sordos a las palabras y mensajes de los demás. Nos hemos convertido en autistas, centrados exclusivamente en nuestra realidad personal, e insensibles a todo lo que nos circunda.
Sin escuchar, el diálogo se vuelve imposible, y por tanto, se hace inviable el enriquecimiento interpersonal. Con ello, la sociedad se atomiza y polariza, dando claros síntomas de descomposición por la desaparición de los vínculos que favorecen la cohesión social. Por citar algunos de estos síntomas, piénsese en el debilitamiento del asociacionismo y sindicalismo, la política al servicio de los intereses de unos pocos y no del bien común, la promoción de la lucha de género, la sustitución de la asistencia personal por la ayuda de autómatas o robots, el priorizar los índices y porcentajes económicos sobre la realidad de las personas, el crecimiento de los conflictos bélicos, el desmantelamiento de la familia, el aumento exponencial de las personas que viven una soledad no deseada, el número de suicidios que triplica con creces al número de muertes por accidentes de tráfico…
Nos resulta fácil identificarnos con aquel sordomudo, que fue presentado a Jesús en el territorio de Sidón. Limitado por su sordera, no se entera que Jesús pasaba cerca de él. Otros lo acercan al Señor y piden que le imponga las manos. Jesús actúa, pero no hace lo que le piden; lo lleva a parte, indicando que el problema se ha de resolver en la relación personal; mete los dedos en sus oídos, para que sienta el contacto sanador y le dice: ¡Effetá! (Ábrete). La cerrazón, la clausura, el aislamiento, introducen en un dinamismo que destruye al ser humano. Este grave problema sólo se puede revertir con la apertura a los demás. Es urgente acoger el effetá de Jesús, y así poder escuchar y proclamar la alegría del Evangelio.