Liturgia Dominical – OPERARIOS DEL REINO DE DIOS

Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 17-VI-2023)

Cristo, Buen Pastor, sintió pena al ver a las gentes «extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor». Eran las de Israel, su pueblo, pero pensaba también en las de fuera del redil. Para la ardua misión encomendada por el Padre, quiso contar con la colaboración del hombre. Asoció a su tarea de Pastor a Doce de sus discípulos, cuyos nombres consigna Mateo, y a través de ellos, a toda la Iglesia. Los revistió de «autoridad»; les dio instrucciones precisas para curar toda dolencia; que su apostolado se limitase por ahora «a las ovejas descarriadas de Israel»; que proclamaran «que el Reino de los Cielos ha llegado» (Mt 9,36-10,8). Una vez resucitado, abrirá la frontera de la evangelización: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19).

Desde el Papa, Vicario de Cristo, hasta el último de los bautizados, todos estamos llamados a colaborar en la obra redentora y evangelizadora de Jesús, según la vocación y misión que tenemos dentro de la Iglesia. Ser colaboradores de Cristo-Pastor exige un corazón fiel, compasivo, misericordioso, desprendido, dispuesto a dar la propia vida para devolver a Dios las almas que se le pierden. «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos». Estas palabras de Jesús son válidas para hoy. Hay escasez de operarios en la mies del Señor. Faltan vocaciones para el sacerdocio y la vida consagrada. Por eso Jesús pide a los discípulos, pide a la Iglesia, que recemos «al Señor de las mies que mande trabajadores a sus mies». El colaborador del Buen Pastor tiene que ser espiritual, hombre o mujer de oración, para no sucumbir a la tentación del desaliento ante la falta de resultados, después de una vida de entrega a la causa del Reino de Dios, y para orar por la comunidad cristiana y por los que están fuera de ella. El amor, la gratuidad y la confianza en quien es Pastor y Guardián de nuestras almas, hará que nos conduzca hacia fuentes tranquilas, repare nuestras fuerzas, que su bondad y misericordia nos acompañen todos los días de nuestra vida (cf. Sal 22).