Queridos hermanos y hermanas:
Nuestra diócesis de León recibió en la solemnidad del nacimiento de san Juan Bautista el don de un nuevo presbítero y tres diáconos. Damos muchas gracias a Dios por los recién ordenados. Este espíritu de gratitud por el regalo del Señor que llama y la generosidad de quienes responden para trabajar en su mies nos invita a pensar en lo que conlleva ser enviados, como Jesús, siendo pocos y rogando siempre al dueño que envíe obreros.
En el texto del evangelio de Lucas, el Señor envía a los setenta y dos a los lugares donde piensa ir él (cf. Lc 10,1). Allí les dice que la mies es abundante, los obreros pocos y que pidan obreros al dueño de la mies. Pero la exhortación a elevar esta súplica no significa que los discípulos deban orar y esperar desentendiéndose de la misión. Inmediatamente el Señor les dice «¡Poneos en camino!» y les advierte que son enviados en medio de lobos, que deben llevar muy pocas cosas, que han de llegar a cada casa como gente de paz, ser austeros y aceptar un pago justo por su trabajo sin ser gravosos.
Además de ser pocos en una mies abundante, las condiciones de los vocacionados son difíciles y muy exigentes e incluyen la oración al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies. Cualquiera puede decir que, dadas las circunstancias, es normal que no haya muchos obreros y que, bajo todas esas premisas, no se podrá anunciar el mensaje del Reino de Dios, la buena noticia. Pero no se trata de mejorar las condiciones, de hacer más cómoda la vida y la tarea de los evangelizadores. Eso sería poner la atención en primer lugar en los obreros. La prioridad de Jesús para la misión no son los enviados, sino la mies, aun sin descuidar nunca a sus discípulos. En el evangelio de Mateo la exhortación a rogar al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies va precedida de la compasión de Jesús al ver a las muchedumbres extenuadas y abandonadas que están como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 36-38).
Antes de pedir al dueño de la mies que envíe obreros a su mies, hemos de conmovernos descubriendo a tantas personas que viven extenuadas, enredadas, abandonadas, sin hogar, descartadas, desorientadas. Hemos de pedir al Padre que nos conceda el don de la compasión que tuvo Jesús cuando invitaba a orar para que Dios mandara trabajadores a su mies. Hemos de poner los ojos, la inteligencia y el corazón en la mies abundante para orar de verdad —con todo el compromiso y la esperanza— que el Señor envíe operarios.
Asimismo, hemos de pedir también por nosotros, los que ya hemos sido enviados. Para que seamos fieles al envío que hemos recibido; conscientes de los peligros, las dificultades, los sinsabores, la incomprensión, la escasez que supone la evangelización misionera y samaritana y la ardua edificación de la comunión fraterna. Todo ello constituye una dulce y confortadora alegría, que se da incluso entre lágrimas y que hemos de esforzarnos en conservar, como afirmó san Pablo VI y nos ha recordado el papa Francisco (cf. EN 80 y EG 10). Con la dulce y confortadora alegría de evangelizar, oremos al Señor que siempre cuida y mima con amor infinito su mies, que es mucha y grande y primera a sus ojos.
Con mi afecto y bendición.
✠ Luis Ángel de las Heras, cmf
Obispo de León