Queridos hermanos y hermanas:
El domingo diez de noviembre celebramos el Día de la Iglesia Diocesana y tenemos, además, una ordenación diaconal de un candidato al presbiterado. Llenos de motivos de gratitud, somos comunidad de discípulos misioneros de Jesucristo con una identidad bautismal común y una «vocación para edificar una Iglesia sinodal misionera». En ella estamos llamados a hacernos corresponsables todos de todo.
Concluida la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, la sinodalidad sigue abriéndose paso entre nosotros invitándonos a crecer en comunión, participación y misión desde la corresponsabilidad de cada bautizado con la vocación que ha recibido.
Queremos responder unidos a la llamada a la santidad y a la misión, para lo cual se hace imprescindible vivir la propia vocación junto a los demás bautizados como pueblo de Dios peregrino. En este sentido, la sinodalidad no nos diluye en un todo informe, sino que da valor a todas las vocaciones, en la medida en que desde cada una de ellas podemos anunciar el Evangelio del modo más certero y convertirnos en sacramento visible de la unidad salvífica querida por Dios. Fue su voluntad santificar y salvar a los hombres constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera con sincero corazón, en lugar de hacerlo con cada uno sin conexión con los otros (cf. LG 9).
La fecundidad misionera de la Iglesia es fruto de la acción de Dios, se vehicula a través de la vocación que Él dirige a cada discípulo misionero y se termina de materializar en la respuesta positiva y responsable de cada uno en comunión y sinodalidad con el resto del cuerpo de Cristo. Respuesta que, con toda la diversidad que existe, requiere mucha finura de nuestra parte para no dejar de caminar juntos como bautizados, constituyendo una presencia sacramental en el mundo y afrontando los desafíos de la interconexión y de la cultura que desecha la unidad y la gratuidad.
Formamos un solo cuerpo y tenemos un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que hemos sido convocados (cf. Ef 4,4). A la luz del dinamismo de nuestra vocación bautismal personal y comunitaria, y caminando en esperanza, nos sabemos corresponsables, aunque sea por diferentes vías, de cuidar la unidad del cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,12).
Que cada diocesano de León, fiel a la vocación que ha recibido, sea piedra viva en el edificio sinodal para seguir construyendo en estos tiempos nuestra Iglesia diocesana en comunión, participación y misión, «como granos que hacen el mismo pan». Dejémonos amasar por Cristo, que se amasa a sí mismo para ser pan partido y repartido y nos invita a nosotros a hacerlo igualmente en memoria suya.
Con mi afecto y bendición.
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León