José-Román Flecha Andrés – Diario de León (13/01/2024)
Con motivo del paso de un año a otro, podemos imaginar ese trípode que representa las relaciones que configuran nuestra identidad. Lo mencionaba Martin Buber en su libro “Yo Tú” y también el Concilio Vaticano II (GS 13).
- En primer lugar, reflexionamos sobre nuestra relación con “lo otro”. Con frecuencia pasamos de largo ante la belleza de la creación o la maltratamos. A veces nuestra mirada y nuestros gestos reflejan la codicia con que ansiamos las cosas o los bienes de este mundo.
Pero ha de llegar un tiempo adecuado para descubrir el valor de lo creado y afirmar nuestro propio valor. Estamos llamados a ejercer un señorío creador sobre la naturaleza y sobre las obras o los productos de nuestras manos. No podemos permitir que las cosas nos acosen.
- Después, evocamos nuestra relación con “los otros”. Nadie puede llegar a realizarse a solas. Se equivoca quien pregona que se ha hecho a sí mismo. Según el célebre poema de John Donne, “nadie es una isla sola en sí misma. Cada persona es parte de un continente”. Necesitamos a los demás y necesitamos ser necesitados.
Tendremos que preguntarnos si alguna vez hemos tratado de abusar de los demás, si hemos ignorado su presencia o sus carencias. Tan nefasta como el odio es la indiferencia. No podemos esclavizar a nuestros semejantes ni convertirnos en esclavos de alguien. El ideal de esta relación es la fraternidad.
- Y finalmente nos preguntamos sobre nuestra relación con “el Absolutamente Otro”. La obra de arte se debe a un artista. Y los grandes valores de la verdad, la bondad y la belleza reclaman la existencia y la acción de un manantial trascendente y personal. Redescubrimos nuestra dignidad de criaturas al reconocer al Creador.
Tarde o temprano ha de llegar el momento de aceptar a Dios y repetir con san Agustín: “¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!… Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían prisionero lejos de ti aquellas cosas que, si no existieran en ti, serían algo inexistente” (Conf, X,27). La vivencia de esta relación es la filialidad.
Hay quienes niegan esta relación o reniegan del “Absoluto”. Otros niegan un respeto a “lo otro” o no reconocen la dignidad que se merecen “los otros”. Sin embargo, nuestra indiferencia o nuestra negación no implican la no existencia de la naturaleza, de las personas o de Dios.
El paso de un año al otro es una buena ocasión para vivir el recuerdo y actualizar el proyecto de la vida. Reconocer el valor de estas relaciones y de las virtudes que conllevan es la clave de nuestra realización y la base de una vida comunitaria en la que se pueda realizar esa felicidad que nos deseamos al principio de cada año.