D. José-Román Flecha Andrés – (Diario de León, 16/03/2024)
Son muchas las comunidades católicas que se lamentan de no tener ya un párroco o de verse obligadas a compartir uno entre varias parroquias. En el mundo occidental son cada vez más numerosas las poblaciones que van aprendiendo por experiencia cómo se sienten los creyentes de los “países de misión”, en los que se ve un sacerdote una o dos veces al año.
En torno a la celebración de la fiesta de San José, la mayoría de las diócesis celebran el “Día del Seminario”. Mientras que en algunos países los seminaristas se cuentan por millares, en España estamos viendo cómo disminuyen en unas diócesis que en tiempos no lejanos ordenaban sacerdotes “para el mundo”.
Son muchas las causas que han contribuido a la escasez de sacerdotes, sobre todo en Europa y más concretamente en España. No es este el momento ni el espacio para lamentarse ni para dirigir acusaciones y reproches a diestra y siniestra. Es el momento para repensar nuestra forma de entender la presencia de la Iglesia y la pertenencia a la misma.
Es el momento para orar con toda sinceridad, con humildad y con fe: “Padre, envíanos pastores”. Ese es precisamente el lema elegido este año por la Conferencia Episcopal Española para la campaña de presentación y promoción del seminario de cada diócesis. Es un lema que expresa al mismo tiempo nuestra necesidad y nuestra confianza.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, “el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos” (n. 1547). Ni los sacerdotes ni los fieles del pueblo de Dios deberíamos olvidar esta ordenación, este envío y este ministerio con vistas al “servicio” de todos los bautizados.
El mismo Catecismo recoge las palabras del Concilio Vaticano II en las que se dice que los elegidos, “en virtud del sacramento del orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno sacerdote, para anunciar el evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto divino” (n. 1564).
La conciencia de la necesidad de ese “servicio” nos lleva a orar con insistencia para que el Señor envíe obreros a su mies. Nos impulsa a participar creativamente en el “fomento” de las vocaciones al sacerdocio, como se decía en otro tiempo. Y nos exhorta a descubrir y a apoyar activamente al Seminario como el hogar, el taller y el santuario en el que se preparan los llamados a ser los servidores y pastores del pueblo de Dios.