D. José-Román Flecha Andrés – (Diario de León, 05/10/2024)
Subir hasta el alto valle de Valdorria y asombrarse ante la majestad legendaria de la peña Morquera, es una experiencia que todos los leoneses deberían llevar a cabo alguna vez en su vida.
Una escalera tallada en la roca y una sencilla ermita recuerdan que por aquellas tierras Froilán y Atilano dedicaban su tiempo a la contemplación de la creación, a la alabanza a su Creador y al anuncio de la palabra divina a aquellas buenas gentes con las que compartían la humana peripecia.
La historia y la leyenda han atribuido rasgos milagrosos a la vida y la misión de aquellos hombres de Dios llamados a servir a los hijos de Dios. Fundador de monasterios y buen rector de monjes, Froilán debió de ser buen catequista.
Cuando el rey Alfonso III los eligió para obispos de León y de Zamora, seguramente respondía a algunas voces del pueblo que proclamaban la santidad de aquellos ermitaños y entendía que aquella voz que se alzaba a lo alto de las montañas era un eco de la otra vez que bajaban de los cielos.
Dicen que Froilán fue consagrado en la iglesia de Santa María el domingo de Pentecostés del año 900.
Froilán, el obispo de León, figura en la memoria como un buen pastor, entregado a visitar a las gentes y a ejercer una especie de constante misión ambulante, nada temerosa de la cercanía de los lobos bajados de la montaña.
Hoy nos acercamos agradecidos a la catedral de León y a la urna que, bajo el altar mayor, guarda sus restos, otrora rescatados del monasterio cisterciense de Moreruela, ahora tan lastimosamente abandonado y herido.
Nos acercamos suplicantes y damos gracias muy sinceras a Dios por el paso de San Froilán por estas tierras.
Él contribuyó a fijar y alimentar la fe de los cántabros, astures y gallegos que llegaban del norte y del oeste, dispuestos a repoblar las vegas y a roturar los campos reconquistados de otro dominio y de otra fe.
Venerar la memoria de San Froilán supone y representa pagar fielmente una deuda con él y con el pasado de estas tierras.
Pero es también, y sobre todo, un compromiso con la esperanza y el futuro de los que, por gracia y misericordia de Dios, aún quedan vinculados a ellas.
San Froilán recuerda la contemplación y la acción, el pastoreo y la misión. El trabajo y la esperanza.